"La expectativa", de Damián Tabarovsky
Damián Tabarovsky es uno de los escritores más personales de los últimos tiempos. Publica sus libros en España antes que aquí. Además es uno de los columnistas estrellas de diario "Perfil". Su última novela no da tregua: ¿el ser y la nada? Hasta Jorge Rial podría entenderla.
Por Mauricio Runno
Existen varias razones para atender al narrador de este libro que llegó al mercado argentino un año y medio después de haber sido presentado en España. Incluso su autor, Damián Tabarovsky, que es argentino, y vive en Buenos Aires, en octubre pasado editó la edición española de su aquí aún desconocida novela “Autobiografía médica”. Parece un signo de los tiempos: en la globalización se puede vivir en cualquier lugar, producir y ser para tus vecinos un personaje “confuso”, más aún si se decide declarar ser escritor.
“La expectativa”, la nouvelle que presenta Mondadori, es un registro inquietante y molesto para las letras patrias: allí se confirma una voz poco complaciente, crítica, ácida e inteligente. Y, finalmente, resulta un libro a contramano, incómodo, polémico. Y ya se sabe que eso no es muy estético para el más que aburrido y agotado canon literario argentino, aunque, por suerte, varios piensan que allí está lo más saludable.Quienes han seguido las columnas que el escritor publica en la edición dominical de diario “Perfil” pueden dar cuenta de un narrador que, además de escribir bien, escribe sobre asuntos interesantes, políticamente incorrectos, como se dice, aunque ya este concepto sea una nueva trapisonda de los intelectuales nacionales: hasta lo más transgresor del momento cae en saco roto.
¿De qué trata “La expectativa”? De nada, y de todo, aunque la nada sea una nada existencial y el todo un universo rodeado de realidad en colisión con el horizonte: ponga a Piglia, a las canciones de Sandra Mihanovich, a Ernesto Sábato, a la clase media media y no tan media, al barrio porteño, agregue filósofos franceses al resguardo de las modas, chistes de Juan Verdaguer, a aquel alemán que un día aterrizó en la Plaza Roja de Moscú en una simple avioneta, encienda la multiprocesadora, y obtendrá una de las tantas historias de este libro. Parece escrito por un niño prodigio en sus ratos libres o, si prefiere, por un dinosaurio antes de su propia extinción. Y es ese tono, que se acelera de a ratos, y que discurre de idea en idea, como si alguien pasara de un globo aerostático a otro en pleno vuelo, lo que hace de este libro un ejercicio intenso y atractivo.
Alguien dirá que es una novela de ideas. No es exactamente lo que se estila entender como tal este libro de Tabarovsky. Pero las propone, de allí su “inacción”, su escasa tendencia al “acting”. No pasa nada, o no pasa mucho, pero mientras esa nada toma cuerpo sucede la vida de un tipo atento a lo que no tan humildemente es una búsqueda profunda: “Sólo quise atrapar esa belleza que todavía no ha llegado al mundo”, se sincera.
Sin embargo, una de las ideas fundantes se encuentra al promediar la nouvelle. Allí se lee: “Ninguna biografía está completa a menos que muestre al individuo dentro de un entorno y un complejo social”. Y por eso uno podría arriesgar que el exclusivo protagonista de la historia, Jonathan, es parte de un sistema político, aunque se trate de un iceberg que asoma cuando el lector deja la atención sobre el texto. Una novela política podría ser un acontecimiento en este país, donde nunca se sabe exactamente dónde anida el límite entre la ficción y la no ficción. Y allí posiblemente, sin pretensiones, pueda incluirse este libro, en la tradición (que al autor no le haría mucha gracia) de escritores que reflejan una hora, un tiempo, un momento y hasta una sensación. Y el que no ría al leerla es un plomazo, lo que parece más que adecuado en estas horas de lecturas de verano.
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