"Consumimos literatura infantil para niños de otro mundo"


Entrevista con Dionisio Salas Astorga, escritor y docente


Por Mauricio Runno


Entre tanto batifondo y barullo que sale de lo que suele llamarse la "realidad", esto es, poquísima gente arruinando los días de muchísima gente, suceden fenómenos interesantes, que no siempre concitan la atención de aquellos seguidores de la "realidad", esto es, los periodistas, los metereólogos y los sabiondos. En este caso, y salvo que el arte de la magia nos mienta descaradamente, las vacaciones de invierno tienen un espectáculo para niños, basado en una novela escrita por un autor mendocino, aunque muy particular, él, por cierto.

Dionisio Salas Astorga, que se encagará de explicar más adelante cómo y cuándo llegó a Mendoza, publicó hace un tiempo su novela, "Las aventuras de Cepillo el león", impecable factura de la editorial Diógenes. Modesta Reboredo, artista ella, contribuyó a ilustrar la obra con una serie de pinturas y collages de una sutileza magnífica. La novela, lo cual es ya un hecho extraordinario, que se publiquen novelas en Mendoza, circuló por escuelas de toda la provincia y lectores perplejos y otros decididamente sorprendidos. Hasta allí lo normal.

Sin embargo, lo que otorga más valor a este proyecto cultural es que el propio Salas Astorga fue desafiado por un grupo de teatro para adaptarla, experiencia iniciática. Hoy, mañana y el sábado, a las 18 horas, volverá a estar en cartel en el MUCHA (Museo de Chacras de Coria), afianzándose como una de las opciones más importantes de la breve temporada que tiene a los chicos como protagonistas de privilegio. A propósito de esta "irrealidad" es que se trata de conocer la vida y obra de un creador que bien puede vivir a la vuelta de la esquina y al que muchos seguramente conocen o recuerdan de su paso por el periodismo o bien la docencia.


- Naciste en 1965, en Viña del Mar…


- Sí, pero haceme un favor, te lo ruego: no vayas a poner que soy un poeta trasandino. Aún me siguen acusando de “extranjero” (risas). Nací allá, pero vivo acá, hace mucho tiempo. Y además las nacionalidades ya no existen. O por lo menos la mía, que está bien desdibujada.


- Lo que me interesa es saber cómo fue tu salida de Chile y la llegada a Mendoza.


- Me vine acá porque quería estudiar Literatura.- Llegaste a Mendoza a los 17 años.- Exactamente. Terminé la escuela secundaria en Chile y me vine para acá.


- ¿Vivías en Viña del Mar?


- Siempre viví ahí, sí. Y en Valparaíso. Fueron mis dos ciudades. Cuando terminé la escuela no tenía ninguna posibilidad de estudiar porque las universidades allá eran y son carísimas. Y sumamente elitistas. Y sabía que acá se podía estudiar gratuitamente.

- ¿Tenías aquí familiares, conocidos o alguna clase de referente?


- Unos parientes lejanos. Más lejanos que cercanos, en Palmira. Por lo que mi primera impresión de la Argentina fue Palmira.


- Viña del Mar-Palmira, ¿directo?


- Un viaje sin escalas, sí. Y llegué a Palmira. La gente se saludaba por la calle, comía asados, se sentaba en la puerta de la casa los veranos. Y ahí pensé: “qué gente tan rara son los argentinos” (risas).


- ¿Era la época del retorno democrático?


- Fue en 1984, por lo que participé y presencia toda la vuelta democrática, lo cual fue profundamente conmovedor, ya que yo venía del gobierno de Pinochet. La Argentina de entonces era un país absolutamente prometedor. Estábamos todos muy ilusionados, yo más que ustedes, porque era un comienzo en varios sentidos.


- Una vez en Palmira, ¿comenzaste a estudiar?


- No. Empecé a trabajar. Corté ajo en Rodeo del Medio un tiempo, después otro tiempo trabajé en la construcción. Y recién después comencé a rendir exámenes para poder entrar a la facultad.


- Filosofía y Letras.


- Sí. Rendí todo, por supuesto que apabullado por lo que había que hacer. Estudiar Historia Argentina fue mi primera sorpresa. ¿Cuál de todas las historias argentinas tenía que saber? (risas). Estudiaba a un autor y me enteraba de otra cosa. Y después a otro y ése lo contradecía. Ahí me di cuenta lo que significaba la Argentina: varias historias del país.


- Digamos que comprobaste nuestros relatos antagónicos.


- Y contradictorios. ¡Era increíble! Yo venía de un país con una historia mucho más hegemónica. Y en ese sentido mucho más autoritario. Hay una impronta conservadora y aristocrática mucho más fuerte. La historia en Chile es más clasista. Y acá, en cambio, se admitían versiones distintas. Estas son cosas muy positivas, y sigo sosteniendo que este país las tiene, a diferencia del otro.


- ¿Cómo abandonaste dos ciudades, sobre todo Valparaíso, de una producción literaria fantástica, con poetas enormes, para llegar a un lugar donde los poetas le escriben a las piedras, como Ramponi?


- (Ríe) En un principio hay un poco de ignorancia y de temeridad. Uno nunca sabe muy bien adónde va. Hasta que llega y se queda. Y también los lugares se construyen. No estoy arrepentido en lo más mínimo. Por supuesto que siento una enorme nostalgia del mar y todo eso, pero he terminado por empezar a escribirle a las piedras también. Yo creo que las piedras… Lo triste sería no haber visto nunca el mar. O no haberle escrito nunca al mar. Pero cuando uno lo hizo, puede escribir sobre las piedras, y también volver a escribir sobre el mar. Además, en un primer momento, no es la necesidad poética la que lleva a cambiar de lugar. Por entonces yo quería una formación académica. Ese era mi primer objetivo. En Chile, un tipo como yo, estaba condenado a ser tachero o tener un oficio menor, muy rutinario. Con mucha suerte iba a terminar siendo vendedor de Falabella. Y a eso me rebelaba. Además vengo de una generación en la que todo el mundo se iba del país. Mi grupo de amigos actualmente vive fuera de Chile. Se fueron para siempre.


- ¿Y tu familia?


- Después del golpe militar también se fue. Tengo catorce tíos y doce de ellos viven afuera. Por eso tengo primos norteamericanos, alemanes, franceses, paraguayos, brasileros. Y familias que se desarmaron y que nunca más volvieron a juntarse. Por lo tanto, para mí, irme, no era ningún problema. Era parte del camino a seguir en un determinado momento de la vida para cada uno de nosotros.


- ¿Y lo más lejos que pudiste llegar era Mendoza?


- Así es. Y al principio la poesía venía conmigo, más allá que yo dejara un lugar. Y los libros venían conmigo. Y Neruda también. Igual que toda esa tradición terrible, aplastante, apabullante de la poesía chilena.


- Muchos escritores chilenos hacen referencia a esa “carga”, incluso Roberto Bolaño. Una vez que se van de Chile, no sólo pueden leer mejor su tradición, sino que sienten un saludable despojo de ella.


- Es cierto: uno encuentra cierta libertad... Neruda es un peso muy grande en los tipos que leen y escriben poesía. Cuando yo estaba en la secundaria y lo descubrí fue un torbellino. Seguramente a muchos narradores de acá les habrá ocurrido lo mismo con Borges o Cortázar. Neruda me enloqueció. Empecé a leerlo y comencé a hablar como él. Y escribía como Neruda, hablaba como Neruda, me levantaba las minas como Neruda y tenía mi escritorio lleno de libros de Neruda… Llegó un momento que dije: o termino con esta historia o me voy a pasar la vida recitando poesía de Neruda (risas).


- Eso en los ratos libres, claro, como vendedor de Falabella y manejando un taxi…


- ¡Exactamente! Hay muchos que optaron por ese camino (más risas).


- ¿Cuáles eran tus fantasías a poco de llegar a este país?


- Argentina entera era la fantasía. Había leído a Cortázar y a Borges, más a Cortázar. Y había leído a otro escritor, que para mí fue fundamental, Eduardo Gudiño Kieffer. Leyéndolos me hice una idea de los argentinos y las argentinas. Particularmente las mujeres, porque siempre las mujeres son más importantes que los hombres (risas). La idea era ese mundillo que implicaban las novias y esas relaciones que se establecían, que en Chile no existían. Allá no se establecía una relación seria, con una mujer, siendo joven o adolescente. Y acá sí: el novio tenía una entidad: entraba a la casa, comía milanesas, estaba en la casa de ella los domingos. Ese mundo de Cortázar me fascinaba. Después, cuando llegué a Mendoza, me di cuenta que acá no era Buenos Aires.


- Y que Cortázar escribía mejor sobre París que Buenos Aires.


- Exactamente. Pero esas cosas uno no las sabía desde afuera. A la literatura argentina yo entré por Cortázar. Y entré, sobre todo, a Buenos Aires. Pero igual aquí había características, tics, algunos personajes que yo veía por las calles. Y durante muchos años yo he mirado a los argentinos como personajes de Cortázar. Me ha costado mucho sacarme esa idea.


- ¿Cuándo finalmente ingresaste a Letras?


- En 1986. Y ya vivía en una pensión, en Colón y Chile. Ahí estaba con Darío Scandura. Y trabajaba y estudiaba.


- El registro de los años universitarios se refleja en varias revistas que fundaste y en muchas de las que colaboraste.


- El mundo soñado para mí comenzó cuando entré a la facultad. Todo lo que yo había hecho y todo lo que había dejado y todo lo que estaba dispuesto a sacrificar se justificaba porque estaba en ese lugar. Ese ámbito de conocimiento era para mí la cosa más maravillosa y extraordinaria del mundo. Su enorme biblioteca, las muchachas rubias que caminaban por los pasillos…


- Y muchos hombres de derechas…


- (Ríe) En ese momento yo nos los distinguía muy bien, sobre todo porque venía de un país de derecha. Y no sabía que había hombres de izquierda (risas). Nadie me había dicho que había una diferencia. Una de las revistas que fundamos fue “Plural”, que circuló uno o dos números. Otra que se llamaba “La otra vereda”. Ahí conozco a Jaime Correas, que me pide algunos textos para publicar. Otra era “La página del bufet”, donde conozco a Juan López. Allí escribí muchos años. Participé de muchas revistas, y con desesperación, porque quería empezar a existir, tener una identidad. Fue todo muy vertiginoso. La facultad era un mundo nuevo, lo universitario con toda su seducción. Y siempre sintiendo un poco ese destierro.


- ¿Por qué?


- Hubiera querido, como siempre uno lo pretende, que la cosas que iba haciendo las viera alguien. Lo que uno hace sin que lo vea el vecino por ahí es como que no lo hace. Entonces tenía esa nostalgia que mis viejos amigos, los camaradas de antaño, me hubieran visto publicando en una revista, escribiendo poesía o levantándome una rubia. Cosas prohibidas en Chile. Allá jamás me pude levantar una rubia. Y a me siempre me gustaron las rubias. O sea: o me hacía maricón o me venía a vivir para acá (risas).


- ¿Nunca pensaste en aquellos años en proseguir el viaje, irte más lejos?


- No, no. Jamás.


- Pero en un momento te fuiste de Mendoza.


- Después de muchos años empecé a girar un poco sobre mí mismo. Y vienen las crisis que me arrastran: la hiperinflación. Y empiezo a verme absolutamente involucrado en el devenir y en la tragedia argentina de los 90. Me quedo sin laburo, vivo en muy malas condiciones. Y me voy a Alemania en 1992. Vuelvo a Chile, hago un intento por quedarme. Y de allí me voy a Brasil y después a Alemania. Laburé como heladero, con un contrato por ocho meses, con unos italianos, en el norte de Alemania. Y estando allá me doy cuenta que no tiene sentido estar ahí y que tengo que volver. Y no a Chile, sino acá, a Mendoza. Y vuelvo, después de ese periplo que dura un año. Y así decidí que este es el lugar en el cual voy a quedarme.


- Años después, como cualquier escritor argentino que se precie de tal, recibís una mención del único premio literario de Mendoza, el Vendimia.


- Antes de eso ingreso al periodismo. Escribí para la revista "Primera Fila" y luego en Diario UNO. Al periodismo yo le debo agradecer por que hizo que me aceptara, que confiara en mí. Y a partir de allí tuve la certeza que se puede llenar una página, más allá de su calidad. De ahí en más si uno tiene tiempo puede mejorarla. Lo que quiero decir es que la página en blanco no es invencible. Esa sensación, la certeza y la seguridad, me la dio el periodismo.

- ¿Y cómo es la historia con el premio Vendimia?


- No gané el primer premio: obtuve el segundo lugar. Eran dos o tres poemas que hablaban del mar, justamente de Valparaíso. Mejor dicho: hablaban sobre el desarraigo. Son poemas de un tipo que está acá, pero que quiere llevarse a su mujer al mar, pero aceptando este lugar. Hace poco escribí un poema donde también se revela esa idea: detrás del mar veo como se alza la cordillera.


- Todo este mapeo ayuda y contribuye a pensar lo atípico que resulta al fin clasificarte como escritor de Mendoza.


- Lo peor del cánon es eso: no estar adentro (risas). Eso lo dice el que está afuera (más risas). Es un chiste, ¿no? En general uno se va nutriendo y conformando como escritor y está mediado por las circunstancias y por el contexto geográfico, social y cultural. Es muy difícil prescindir de eso. No creo que mi discurso no esté atravesado por la realidad mendocina. Si yo me fuera de Mendoza posiblemente me ponga a escribir desesperadamente de las montañas. Sin ir más lejos, esta novela que escribí para niños, está ambientada en Mendoza. Es una novela con fuertes referentes nuestros. Está lo mendocino, sus costumbres, que tal vez no sean estrictamente tan mendocinas. Porque el mendocino tampoco es tan puro. También está cruzado por cosas, por culturas. Y otra cosa: ¡el mendocino es también argentino!


- El género de la literatura infantil no siempre es realmente dimensionado. Y si pensamos en Mendoza cuesta encontrar producciones como éstas en las últimas décadas.


- Yo he estado preguntando e investigando. Y literatura infantil, en formato de novela, no he encontrado. Sí es el caso de la escritura de cuentos. Es cierto que es un género bastante conflictivo. Y es un género que ha ido resurgiendo en estos últimos años, a la par del redescubrimiento de los niños. La literatura para niños no existía porque no existían los niños como fenómeno, como personas, como entidad, los niños con todos sus derechos, deberes y necesidades. Esto ha traído aparejado la existencia de una literatura, o de un arte que esté pensado en ellos, así como una televisión.


- A la aparición de tu novela, ahora adaptada al teatro y con muy buena repercusión, se puede sumar los buenos resultados obtenidos por otra escritora mendocina, Liliana Bodoc, contribuyendo a desarrollar la literatura juvenil, si acaso existen estas divisiones en lo literario. ¿Surgen fenómenos estrictamente locales en tu opinión?


- Me parece que hay un surgimiento, sí. Y una mayor preocupación por producir este tipo de literatura. Y ojalá yo sea parte (risas). También es cierto que estas búsquedas responden más a inquietudes personales. En mi caso comienzo a preocuparme por la literatura infantil porque soy padre. Y como antes de ser escritores obviamente somos lectores, descubro que estoy en desacuerdo con un montón de planteos. No sólo ideológicos, que sería lo menor, sino cuestiones estéticas, propias del lenguaje. Y me doy cuenta de ese divorcio, de la falta de comunicación con los niños, con nuestros niños, con mis niños. Y jugando con mis hijos les digo: “Yo puedo escribir esto mucho mejor”. Y me dijeron: “Bueno, escribí”. Percibo que hay ausencia de una literatura más honesta, sincera, más afectiva. Y una literatura que tenga que ver con nuestra realidad, con nuestras preocupaciones, con nuestro mundo. Nos obligan a consumir una literatura infantil para niños de otro mundo: para niños escandinavos, norteamericanos, españoles, alemanes o franceses. Por eso creo que es lícito buscar una identidad a través de esta clase de literatura.


- Para finalmente comunicarse en forma más directa.


- ¡Qué cosa curiosa! Cuando algunos leyeron el original de la novela me objetaron que mencionaba en el texto cosas, como por ejemplo, la Susana Giménez, o el Tomba, el Parque General San Martín. Y casi todos los lectores que ha tenido el libro se maravillan justamente con eso.


- Es bueno decir que los animales que protagonizan la novela son los que viven en el zoológico de Mendoza.


- Sí, claro. Esa referencia ha sido tan impactante, que sorprende muchísimo a los niños. Es como si los niños de la literatura estuvieran tan desperdigados en el mundo que parecieran no poder asirse a nada. Y esta novela les permite agarrarse de algo que conocen. Hay en la historia un león africano, que sí, es africano, pero que vive en el zoológico que está en el Cerro de la Gloria.


- ¿Y cómo se convirtió la novela en obra de teatro? Imagino que el proceso ha sido, por lo menos, emocionante.


- Muy emocionante. Para mí la emoción vino toda junta el día que yo vi, en el escenario, a todos los actores, en el primer ensayo, diciendo y repitiendo los textos que había escrito. Ahí pensé: qué cosa increíble que algo que uno escriba en su máquina, en la casa, sentado, después aparezca convertido por un grupo de personas que lo repiten y lo dicen con convicción. Después he visto la situación completa: las luces, la música, el vestuario, los niños, los padres, las risas. Ahí está el circuito completo, que en la literatura no se cierra: la obra literaria se lee y uno nunca se entera si alguien ser rió, lloró, le gustó. En el teatro sí: ahí se ve el efecto final.


- La última pregunta surge a raíz de unos poemas que he leído, del libro "Ultimas oraciones". ¿Sos en verdad ateo?


- La verdad que soy ateo. Pero rezo todas las noches (risas).


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