La cena está servida, Riquelme




La Argentina es un país que día tras día confunde. Quizá ésa sea una de las virtudes como nación, y allí radica buena parte de su misterio, su tendencia a desclasificar, que por lo general se traduce como descalificar. No hay, en la descalificación, una visión positiva.
De modo que los futbolistas son sometidos a radiografías impecables e implacables.
Muchos de los enjuiciadores admiten que el fútbol, un juego, en su raíz menos apasionada, sea aquello de simplemente jugar con una pelota de fútbol para meterla en el arco rival.
Los políticos argentinos parecen futbolistas retirados y abrigados por el éxito de viejas glorias: muy pocos los exigen, muy pocos los rechazan y, finalmente, nadie los odia, aunque la indiferencia sea una forma peligrosa de reemplazar las náuseas que suscitan muchos de ellos.
Juan Román es un futbolista que, lejos del retiro, aún suele decir a quien quiera escuchar:
"No pasa nada, yo siempre soy y he sido feliz jugando al fútbol, y jugar con mi país es muy importante y por lo tanto, no puedo pensar en otra cosa".
Los que suelen criticar a Juan Roman, en la mayoría de los casos, son personas que no pueden opinar con la misma severidad acerca de sus trabajos. Y mucho menos de sus vidas. Pareciera ser esta una idea divisoria de aguas para entender a esa Argentina y a esos argentinos completamente desnorteados: el principio del placer.
Hay muchos compatriotas desesperados, lo que suele ser una redundancia brutal: esta nación siempre ha sido más voluntad que ideas, más pasión que inteligencia, más instinto que método. Y aunque Riquelme no tenga la culpa, como muchos otros tantos, es víctima de esa ira que siempre propone para el resto lo que jamás resuelve en la intimidad.
Dicen de Juan Román que no se entrega, que no es pasional, que no gravita, que es tibio.
Juan Roman suele repetir casi lo mismo: él siente el fútbol de esa manera, nació así, ha logrado grandes triunfos deportivos y, por encima de todo, el es feliz.
La Argentina de la era K, sin que esto sea un juicio de valor políticos sino el paraguas de una época, es siempre una variación torpe de los grupos más brutales y patoteros de la Argentina, aquella que sueña con el éxito sin escrúpulos ni ética ni estética.
De allí que Juan Román sea uno de los anti-paradigmas.
Es posible que haya llegado la hora que los marineros entiendan que duermen en el mismo nivel que las ratas y las hormigas que tan gentilmente exportamos para que devoren los campos y las cosechas de otros campos del mundo.
Sorprende que Maradona prescinda de Riquelme. Aunque tampoco es novedad: en Argentina lo más berreta es decir una cosa y hacer otra. Los tipos como Riquelme, en cambio, la tienen peor: sostener lo que se piensa con lo que se hace suele ser un acto de traición a la patria.Y así se los castiga: con el silencio, la descalificación o el éxodo budista.
Gente como Riquelme es la que siempre me interesa: inclasificable, talentoso y hasta caprichoso. Con tan poco puede hacerse mucho. Incluso que Argentina llegue a Sudáfrica 2010

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