El carnaval no se va (Mendoza post Centenario)
Désele en cambio política de banderías, y le faltará tiempo para levantar trincheras, cavar fosos en derredor del hogar para fulminar mejor al adversario, quien a su vez hace otro tanto con que el que no hace horas era su amigo. Y no es obedeciendo a añejos rencores, las cosas de antaño nada influyen, los odios banderizos son sin raigambre, están a flor de tierra, cualquier prebenda los transforma y a su influjo el que hoy es tirio mañana será troyano.
(…) Imitemos la naturaleza ya que tan ubérrima con nosotros se ha portado, dándonos la región más feraz de nuestro prolífico suelo argentino, agua para regarla, vides para enriquecernos, frutas para regalarnos y minerales ricos y abundantísimos que, cuando seamos los mendocinos menos mahometanos y más gentes del tiempo, han de hacer de este venturoso presidio, la tierra de promisión.
Tenemos un suelo prodigioso y el cielo más azul y con más estrellas, mejoremos el entresuelo, quitémosle la tristeza, despertémosle de su apatía, hagámosle asomar a los ventanales del mundo y entonces comprenderán las dulces y amables sensaciones de una vida de alegría y de expansión y no la adusta y reconcentrada que vive.
Así la pide y quiere también el Carnaval que, mal que pese a los cronistas y filósofos de guardarropía; no puede, ni quiere ni debe irse, puesto que sus manifestaciones las ha de graduar nuestra propia cultura y no exóticas importaciones.
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