¿Qué es Camp? por Francisco Paco Urondo
La figura de Paco Urondo parece agigantarse con el paso de los días. En principio destacar que este artículo fue publicado en Mendoza, en un diario de circulación masiva, en una época en la cual los intelectuales hacían periodismo y los periodistas podían ser intelectuales. Para más precisión se anota que fue publicado el 4 de enero de 1970. Un año más tarde Paco Urondo publicaría en Madrid un volumen de poemas llamado "Larga distancia".
Las ilustraciones que acompañaron al artículo son crédito de Mario Pérez Colman. La nota en sí es un largo repaso por autores, libros y tendencias, acerca de lo que hasta hoy varios discuten: los limites, el área de cobertura de lo camp.
Paco Urondo fue asesinado en Mendoza, en 1976. Aún hoy su nombre es protagonista en los juicios que se realizan a los responsables por los crímenes de la última dictadura militar en Argentina. A poco días de haber celebrado una fecha tétrica (en verdad, que un gobierno democrático declare feriado nacional el mismo día que empezó la barbarie de Estado, asoma como un disparate), valga este aporte, inédito hasta donde pude investigar.
Me gusta pensar en feriados el 10 de diciembre (en 1983 esa fecha hizo luz en la recuperación democrática), en homenajes no tan vacíos y desbordados de consignas facilongas, en recuperar la historia no como una gran página sino como recortes, con aciertos y errores. De modo que transcribo con este espíritu la nota de Urondo, incluso en su redacción original. Para otra nota quedarán referencias pendientes a su textos más literarios y su, poesía, claro.
El dramaturgo español –residente en Paris- Francisco Arrabal recuerda, en un reportaje que le hiciera la revista Margen, el premio nacional que “por un azar inexplicable” recibe Manuel de Falla por “La vida breve”; el premio llevaba implícito el estreno de la obra en el Teatro Real, pero se exigió que para cumplir ese requisito la obra fuera traducida al italiano: “Falla se negó a semejante zamarrada y murió pobre y maldito, sin haber visto una sola obra suya en el Teatro Real”; es que las bases de la sociedad española son la timidez, la incultura, el patrioterismo, la mediocridad y la ignorancia”
La reacción a estas afirmaciones no se hicieron esperar: los periódicos “ABC” y “Ya de Madrid, “La Vanguardia” de Barcelona, la revista especializada “Primer acto”, lo tratan de loco, de petiso –lo es-, de ventrudo, de mamarracho, de paleto. Un grupo de escritores españoles –Camilo José Cela, Vicente Aleixandre, entre otros- salen en su defensa; Arrabal –que estaba de visita en su país- fue puesto en prisión y liberado algunos días más tarde.
El incidente es considerado camp por la revista “Margen” –que editaban en Francia, españoles y argentinos-; ahora: ¿por qué llamar a este previsible episodio, qué quiere decir camp, esa palabrita pequeña, pequeña, al decir del poeta italiano Gianni Toti? En un artículo, “Camp, tercera corriente”, publicado en el número 2 de la re vista “Carte segrete”, advierte Toti que más que una palabra es un modo de ver (way of vision), que a su vez es la frase actualizada de way of life (modo de vivir); de donde resulta que camp vendría a ser un modo de ver-tener-vivir. En la revista mexicana “Siempre” aparecieron una serie de artículos sobre el camp; se lo define como “un estilo llevado hasta sus últimas posibilidades, conducido apasionadamente hasta el último exceso. Camp –afirman- es una tercera corriente del gusto diferente por entero del buen y del mal gusto; camp es el culto por lo barroco, por lo que inevitablemente engendra su propia parodia”.
El novelista mexicano Carlos Fuentes propone en un artículo incluido en la revista “Siempre”, una nómina del “camp mexicano”, compuesta por canciones, artistas conocidos, etc.: “Dos gardenias para ti”, Arturo de Córdoba, por ejemplo. Otro mexicano, Carlos Monsivais en un artículo que firmó y que lleva el título “Todo se lo debo a mi manager”, confecciona, además un catálogo, una clasificación camp.
“Existe un camp consciente y un camp inconsciente. Dentro del camp inconsciente –que es el más importante y el verdadero camp- se registran tres intensidades: Camp Superior, Camp Medio y Camp Inferior –distinción que se apoya en los grados anglonorteamericanos high, middle y low ya aplicados a la cultura de masas por la sociología neo-positivista. En el High Camp –sigue diciendo Monsivais- tenemos a Bette Davis, los discursos de John Foster Dulles, María Félix, Jorge Negrete, Tito Guizar, las canciones “Mujer”, “Santa” y “Farolito”, de Agustín Lara. En el Middle Camp tenemos a Anita la huerfanita –historieta conocida en nuestro país como Anita y sus amigos-, Jane Mansfield, Dorothy Lamour, monseñor Fulton Sheen, Libertad Lamarque, etc”. Monsivais anota para el Low Camp –que es el más inconsciente- algunas frases como “es una mujer adorable por su franqueza”, “tiene un no sé qué que le gana la confianza y la simpatía de la gente respetable”; habría que agregar frases muy comunes entre nosotros como “no faltará oportunidad”, “encantado de conocerlo”, “mucho gusto”, “lo acompaño en el sentimiento”.
Los personajes de este mundo camp serían “artistas, cantantes, personajes de la vida y del folklore cotidiano del mundo hispanoamericano que, para casi trescientos millones de personas, representan el horizonte total, “el ojo de la masa”.
“La cultura pop –deslinda Monsivais- es una reivindicación de los objetos cotidianos, lo camp es el triunfo de una sensibilidad; al Panteón de la alta cultura opone, si no presenta, la sensibilidad de la seriedad fallida; cuántos grandes banqueros –reflexiona- nos resultan comparables en lo que a su trato ideológico y cultural se refiere, a la serie Batman. ¿Cuántos ministros serán camp?
Monsivais, junto con el inglés John Lehman y el italiano Alberto Arbasino, emplea el término camp desde hace varios años. La novelista norteamericana Susan Sontag en su libro “Contra la interpretación” es quien ha sistematizado el concepto camp. “Camp –explica- es una visión del mundo a partir del estilo. De un estilo particular: el que ama lo exagerado –Sandro, por ejemplo-, el que convierte a las cosas en lo que no son –Corín Tellado, Nené Cascallar-; lo que desnaturaliza. Camp es la victoria de la ironía sobre la tragedia”, puntualiza la bella y aguda norteamericana.
El italiano Gianni Toti, en su ya citado artículo, anuncia que “ya se han roto lanzas en la campaña camp contra la cosquilleante cursilería; cursi es una vieja palabra española que ha servido siempre para una definición aproximada del mal gusto, de la falsa elegancia, de la necesidad de la glotonería”. Lo cursi sería así un buen antecedente de lo camp. En el terreno estrictamente literario camp es “una sublimación provincial del gran tema”. “Las obras literarias camp producen sin necesidad de esperar la erosión del tiempo formidables tisis de Margarita Gautier, listas para el sabroso consumo de lector; los primeros en abordar el tema entran en la historia de la literatura, los últimos en la historia del camp”.
La escritora norteamericana Margaret Randall –que dirigiera la ex revista “El corno emplumado”- explicó los orígenes del camp; para ello se remontó a los años 30 norteamericanos, inmediatamente después de la Gran Depresión. Se difunden entonces, en la mayoría de los estados, las costumbres de los “campings”, con anexos culturales, “conferencias y debates de falsa izquierda; literatura y cultura camping, camping poetry, camping teather, camping ground, etc. Y “no sólo en Estados Unidos –aclara Tati-, sino también en Francia o en Italia o en Alemania con la demagogia nazi-fascista. “De esta primera explosión-implosión de la industria cultural de masas no podía dejar de surgir una subcultura de masas que al mismo tiempo se presentara con la ironía necesaria para justificarla, insinuarla, hacerle lugar, salvando el mal gusto, bajo el barniz del snobismo de las nuevas élites mediocráticas surgidas de la espuma de las revulsiones de la sociedad sumergida”.
Después, el camp, en su forma rudimentaria, es decir los camping, se desvanecen “con sus exageraciones de nada”. “Por cuarenta años fue incubado a través de guerras y revoluciones” mezclándose y enriqueciéndose con “parientes” como lo cursi, el pop, el yeth, para arribar a la cultura de masas, al “culto de la personalidad” de las historietas y fotonovelas, al descubrimiento de, entre otros, Mickey Spillane.
Señala Toti, procurando demostrar la universalidad del camp, su “snobismo de masa planetarizante”, que tanto en Centroamérica, como en París, “se delira por la fotonovela y la historieta, o por los films de terror y los films de la estupidez de salón que aparecen entre las dos guerras”. Se trata así de viejas actitudes, pero en la actualidad “exaltadas, comercializadas, contra venenos lanzados como anticuerpos reaccionarios contra cada salto cultural democrática, cada auténtica rebelión”.
Se hizo en la revista “Margen” una antología de urgencia del camp. Emilio Aguado, en su artículo “Los hijos de la luz”, publicado en La estafeta literaria, sostiene: Nuestra novela picaresca –la española-, obra siempre de tórrido verano, es lo peor que puede caer en las manos de un muchacho que tiene la generosidad de ver el mundo color de rosa”. Otro español, Javier Martín Araujo, dice en “Alas quemadas”, publicado en el ABC de Madrid: “Ángel, ángel por creer que lo era, cejó el tuyo en su guarda y se aprovechó el diablo envidioso de su suerte”. A antología culmina con un reportaje al académico José María Pemán, quien entre otras cosas, afirma, que “no he hecho en mi vida nada más que literatura”. Por cierto que este material no se brinda solamente en España, sino también -como afirma Toti- “en las Españas universales que brotan en cada país”.
La hojeada rápida a cualquier de nuestros suplementos literarios le darían muchas veces la razón. Marcelo Sánchez Sorondo, en su fenecida revista “Azul y blanco”, indagando en la alcurnia del Che Guevara en el artículo que hiciera con motivo de su muerte; el cumpleaños, festejado hasta que cayera enfermo, del líder máximo del comunismo argentino, Victorio Codovila; un rotariano izando la banderita –de mesa- argentina en su reunión semanal. La solemnidad, el patrioterismo; todas las ceremonias de la muerte, lo que conoce como “pompas fúnebres” y sus ritos diversos. La lista puede ser infinita y abarca todo Occidente –al menos-, hasta el Occidente socialista.
Porque lo camp se identificaría insensiblemente con lo convencional; es el reino de la chafalonía, donde nada es legítimo, nadie es auténtico, ninguna cosa responde a necesidades básicas. De no mediar la tragedia –camp era la victoria de la ironía sobre la tragedia-, es decir la muerte y sus diversas formas, todo podría ser camp. Incluso el humor; también el humor negro y otras maneras laterales –laterales en virtud de la deformación que entrañan, el ángulo tangencial, la perspectiva forzada que demanda este género; la permisibilidad que generalmente supone, porque hasta un chiste sangriento es perdonable. La solemnidad, esa tragedia aparente –teleatros- o las comedias –que por algo tan fácilmente envejecen, por brillantes que contraparte del humor, corre su misma suerte; y las hayan sido en su momentos-, son o pueden llegar a ser camp, cursis convencionales –se dijo y con razón que camp es una versión provinciana de la grandeza-; chafalonía. Es cierto, todo podría llegar a ser camp en nuestra sociedad de no mediar la tragedia, la muerte y sus distintas manifestaciones, como el olvido, el dolor, la injusticia o cualquier aspecto del padecimiento. Si la gente, si el mundo no sufriera. Si la vida no amenazara con extinguirse, si no cesara, en efecto, el mundo, la vida, sería camp, hasta nuevo aviso.
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