El hombre de al lado, o la ventana indiscreta
Pareciera ser una película que, a su pesar, registra una época. Y como tal es romántica, en caso que hubiera un héroe bueno y otro malo, al estilo de las películas clásicas.
Ayuda tal vez como una metáfora de los últimos días: hombres en pugna, invasores e invadidos, discretos o no, respetuosos y no tanto.
Más allá de especulaciones, fieles a su instinto, los dos personajes casi excluyentes acaban abrazados a convicciones naturales, aquellos que los resalta en gran estilo durante la pugna. El nudo de la historia es la apertura de una ventana. Para mirar desde allí lo que no tiene límites ni dueños: "unos rayitos de sol que vos no usas".
Si abrir una ventana significa ver otra cosa, esta ventana entre Aráoz y Spregelburd lo respeta.
Los momentos de mayor empatía entre sus actores transcurre durante esos diálogos, de ventana a ventana, la oficial y la no oficial, la que miraba hasta ser mirada, y la que mira todo por primera vez.
Por alguna razón pienso en La Ciénaga cuando pienso en El hombre de al lado. Comparten, acaso, la idea del derrumbe y el desenlace trágico. Pero más allá de estos aspectos lo inquietante en ambas es lo que surge por detrás de lo dicho, esos universos, mundos, que pueden compilar un momento histórico.
Otros también entusiastas se regodean en la comedia negra.
Noviembre 2009:
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