El silencio del país real
En Argentina nunca se ha respetado el concepto de "federalismo", y mucho menos, el de "autonomías provinciales". Guste o no, parece que lo único que importa es lo que sucede cerca de la Casa Rosada. El resto del país, queda en el olvido.
Una joven militante universitaria de La Plata conquista a un estudiante venido de la lejana provincia de Santa Cruz. Después, ese matrimonio consumado, se traslada a la Patagonia. Allí comienzan a desarrollar una vida pública: el marido, como gobernador, ella, la platense, como senadora nacional. Hasta que un día él, el marido, es presidente del país. Y ella lo sigue acompañando, como senadora patagónica. Hasta que ella vuelve a cambiar de domicilio, cuando el esposo, o sea, el presidente, entiende que es mejor que vuelva a sus orígenes: la provincia de Buenos Aires. Cuando hay que votar nuevo presidente para el país, el presidente santacruceño piensa, medita (dicen que medita al calor de las encuestas, o sea, no medita: calcula, salvo que pensar sea más parecido al sistema de las calculadoras que al pensamiento humano), y ahí anuncia que la senadora, la que había llegado a Buenos Aires por Santa Cruz, pero que en esos momentos lo era por Buenos Aires, sea la candidata oficial. Y eso es lo que pasó: su mujer se convirtió en presidente, mientras él tiene una oficina muy cerca de la Casa Rosada, en donde llama a ministros, secretarios, legisladores y todo aquel que tenga que ver con la gestión pública de máximo nivel. Máximo, también, es el nombre que esta pareja eligió para su primer hijo.
Esto, que pareciera una imitación del realismo mágico, es más que real: cualquier argentino bien nacido lo sabe. ¿Y por qué este relato? Porque esto es una forma de entender el federalismo argentino en el siglo XXI. O sea que más allá de lo que pueda suceder en Mendoza, un claro y hasta grosero retroceso de su incidencia nacional, es el sistema el que está en crisis. Pero no es nada nuevo: Argentina, a pesar de las declaraciones, las buenas intenciones y lo políticamente correcto, jamás ha sido un ejemplo de nación federal, con respeto a las autonomías provinciales.
El sábado 1 de marzo la presidente realizó un largo discurso, en una nueva muestra de sus capacidades más deslumbrantes. Pero, ¿alguien escuchó mención alguna sobre el federalismo? Habló del Bicentenario, de la épica que se nos presenta. Y hablar de nuestro Bicentenario como Estado y omitir el federalismo no es menor. La verdad es que a nadie le importa lo que sucede en el país real. Todos están muy contentos en Buenos Aires: viajan a Miami, pero no conocen Salta, Mendoza o Puerto Madryn. Todos en la ciudad recomiendan los mejores sitios para degustar sushi, pero ni saben de cocina étnica. Les gusta Bob Dylan, el folk, pero siempre miran como si fueran marcianos a cualquier expresión folklórica, ataviados con ponchos, salteños o mendocinos o pampeanos, tanto da: no entienden que hay vida más allá de los peajes del Gran Buenos Aires.
El país real, mientras tanto, asiste atónito a una suerte de subestimación sistémica. Y, tarde o temprano, ese monstruo grande que pisa fuerte, el centralismo, termina absorbiendo hasta el más pintado. “Si no puedes vencerlos, únete”, es la idea de la resignación. Y así es como muchos provincianos se adaptan a un sistema que también los convierte en apáticos, insensibles y, claro, unitarios. Ejemplos sobre el particular sobran, y además no hay demasiadas excepciones: más tarde o más temprano los federales son ganados por los unitarios. E incluso algo peor: como aquellos traidores y conversos, su energía es mayor.
Es apasionante la discusión de la problemática del federalismo en Argentina, aunque a veces es ridícula: si uno está en Mendoza y quiere viajar en avión a Tucumán, primero debe ir a Buenos Aires. Si uno quiere ver un programa de televisión en San Juan, para conocer el acento, la forma de vida y hasta la estética de ése sitio, a cambio encontrará, en horario central, la tira de moda que se escribe, produce, actúa y difunde desde Buenos Aires. O sea que terminará sabiendo perfectamente cómo es el humor de algunos personas desquiciadas, fútiles y al borde de la oligofrenia, como es el caso de las tiras porteñas que reflejan los barrios de la ciudad.
Los medios de comunicación cumplen un papel importante en el asunto, no tanto por que resulten demasiado importantes en la vida de las personas, sino más bien como espejos de una realidad que uniformiza las visiones y que gusta del discurso único. La experiencia del oficial Canal 7 es casi un hazmerreír en este aspecto: refugio de ñoquis, voluntariosos y estrellas en franco descenso. Sin embargo, un camino por fuera de esta comedia es la señal de radio que desde Córdoba llega a todo el país: Cadena 3. Es un ejemplo del país real, que se retroalimenta y que no necesariamente se define desde Buenos Aires, esa ciudad a la que con razón se ha llamado la capital de un imperio que nunca existió.
Por último, una reflexión más de entrecasa: ¿somos los mendocinos federalistas puertas para adentro? ¿O también ejercemos esa violencia unitaria con el resto de la provincia? Si todo cambio empieza por uno mismo, quizá allí esté el principio de la madeja que tanto nos margina del resto: dejar de hacer lo que otros hacen con nosotros mismos.
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