"Estar en la Antártida fue como estar más cerca de Dios"
Sin duda que quizá con otros ánimos el suboficial mayor (R) Pedro Zoni, a los 78 años bien pueda entender aquello de mimetizarse y conocer una naturaleza vasta, ignota, tan remota como fascinante. Y su experiencia en la Antártida, así como sus contribuciones a su estudio, en calidad de fundador de la Base Sobral, a mediados de la década del 60, avalan una fascinación que, confiesa, tuvo desde pequeño. Hoy, por la mañana, la Cámara de Senadores provincial lo reconocerá en uno de esos homenajes que, aún tarde, son valorados por quienes desean que la política se parezca a eso de que sea un instrumento para ayudar a solucionar los problemas de los que eligen a sus representantes.
La literatura de viajes es uno de los géneros que varios países han sabido jerarquizar y que constituyen una tradición en sus literaturas. En el caso de países como el nuestro, que ha servido de plataforma para cientos de relatos de viajeros a partir de las noticias echadas a rodar por el marino Cristóbal Colón, aunque en este caso bien vale la pena estudiar la inmensa influencia de Américo Vespucio, la materia sigue pendiente. Muy pocos escritores suelen reconocer estas crónicas. Y hasta se ignora que quizá el primer cronista del Río de la Plata fue el alemán Ulrico Schmidel, llamado muy certeramente el primer periodista sin periódico. Los viajes y los viajeros, más allá de los ánimos británicos, que han hecho de la travesía una verdadera conquista alrededor del planeta, dan una aproximación a la realidad de sitios inhóspitos y confines, como lo fue en su momento el extremo sur de América: la Patagonia.
El relato de Zoni bien puede inscribirse en experiencias más contemporáneas, aunque no menos fundantes: su participación en la localización de bases argentinas en la Antártida durante algunos años de la década del 60, con medios y tecnologías tradicionales para un mundo que aún no se lanzaba a la aceleración del tiempo tecnológico, es todo un ejemplo. Y es un hombre que podría ser leyenda, aunque él no tenga la más mínima intención de representar esa categoría. A su edad muestra una vitalidad sorprendente y sus días no conocen de descanso ni de solidaridad: por estas horas prepara un nuevo envío de víveres para los argentinos del Pilcomayo profundo: los indios matacos.
- ¿Cuándo es que llegó por primera vez?
- El primer viaje ocurrió en 1960. Como no tenía experiencia al respecto, pese a que había sido montañés, ya que he escalado distintos cerros, como el Aconcagua, pensé que esa vida ruda podría ser mayor allí. Y la verdad es que me adapté sin mayores inconvenientes, incluso desde el aspecto físico. Hoy no es lo mismo la vida en Antártida. Cuando yo llegué allá existían aún los trineos traccionados por perros. Y todas las exploraciones y los reconocimientos de terrenos, ya que aún había escasa cartografía, había que hacerla y conocerla. Hoy existen helicópteros y varios tractores motorizados. En aquella época no existían esas comodidades en las bases. Los recorridos con trineos eran muy interesantes y diría que hasta líricos. Porque, además, esos perros, en cualquiera de las bases, eran una gran compañía. Y desee hace algún tiempo, por tratados internacionales, se prohibieron los perros en la Antártida. He recorrido muchísimos kilómetros en trineos, de 9 y 10 perros, que estaba dirigido por otro perro que hacía las veces de guía, que era el encargado de llevar el rumbo. Y el hombre antártico no iba arriba del trineo, sino que esquiando a la par o manejando las manillas del trineo. Y en muchos casos es el propio hombre el que va por delante dando la dirección del trineo.
- ¿Cómo es la Antártida?
- La Antártida, mire, es otro mundo. Su geografía es totalmente distinta, aunque el hombre se habitúa enseguida. Estar en la Antártida es realmente una gran impresión. Uno jamás pisa tierra allí. Donde pisa, pisa roca negra, cuando hay, y ve algunos obstáculos también de piedra, que sobresalen de la nieve. Es una gran reserva del mundo en minerales. Y le diría que por el plancton existe un marisco muy pequeño, el krill, que es alimento de ballenas, lobos marinos y de focas, que es un gran alimento, con un gran componente en proteínas. De modo que la Antártida es un lugar que está provisto de muchas cosas. R ecuerdo que en las cercanías de la costa existen numerosas piedras con helechos grabados en su superficie, lo que supone que en alguna época en ese lugar existió vegetación, aunque hoy es una gran masa de hielo cubierta.
- ¿De qué modo llegó a la Antártida, con qué propósitos?
- Fui auspiciado por el ejército y estuve en las bases pertenecientes al ejército argentino. Base Esperanza es una, pero también en la Base General Belgrano. Allí viví 26 meses. Y lo curioso es que prácticamente viví 6 meses de día, los siguientes de noche, y así sucesivamente. En esa época era una de las bases más australes del país. El sol, en verano, no se pone. A lo sumo lo más bajo que llega es a 25, 30 grados en relación a su ángulo de visión, según la latitud. Y en la noche polar, en Belgrano, es noche. Uno se rige por la hora oficial del país, para ordenar sus tareas y su forma de vida, pero es siempre noche. Quizá esto es lo que más cuesta para adaptarse: el mismo físico lo siente. Y esa base es subterránea, casi a diez metros bajo la superficie. Me refiero a la Base Belgrano I, que fue arrasada por el mar, ya que estaba emplazada casi sobre el Mar de Wedell.
- ¿Cómo se componía la población de aquellas bases?
- Mire, nunca ha habido grandes poblaciones en estos sitios. Nosotros éramos dieciséis personas, como máximo. Estaba la parte de apoyo y del personal científico, que por entonces estudiaba el fenómeno de las auroras boreales y que hoy, tengo entendido, se aboca al estudio de la capa de ozono. Y toda base antártica argentina es también una base metereológica, por lo cual cada tres horas hay que realizar una observación.
- ¿Oí bien cuando dijo que en su segundo viaje permaneció allí durante más de dos años, sin interrupciones?
- Así es. En el primer viaje estuve 14 meses. Y en el segundo 26 meses, que por entonces era el punto más austral de Argentina. Allí tuve la suerte de ser parte del grupo fundador de la Base Sobral, que cuando quedó funcionando se convirtió en la base más austral, que también fue ganada por el mar. Estaba en la barrera donde termina el continente y empieza el mar. Claro que como era un gran pack estaba consolidado.
- A ver si entiendo: ¿una de sus misiones en la Antártida era la de reconocer la geografía y asentar nuevas bases conquistando terrenos inexplorados?
- Claro. Eso analizado desde el punto de vista de ejercer nuestra soberanía. No se olvide que nuestra Antártida está ubicada entre el meridiano más al Este y el más al Oeste. Y en su prolongación polar eso nos otorga a nosotros el sector antártico. Y ocurre que al ejército le cabe la virtud de no estar ni quedarse sólo en las bases. Las misiones incluyen reconocer el terreno, conocer la topografía, descubrir nuevos puntos. La cordillera de los Andes se prolonga por la península antártica. Todo está cubierto de hielo y nieve. Y los vientos exceden muchas veces los 200 kilómetros por hora. Más al sur, en dirección al Polo, hay menos viento, aunque mucho más frío.
- ¿Cómo llegó a integrarse a estos grupos de élite?
- En el ejército, todos los años, se hace un llamado para el personal que desea ir hacia allá, en calidad de voluntario. Respondí a esa convocatoria, quedé seleccionado, por mis antecedentes. Luego se debe superar un más que estricto examen médico. Y de allí de acuerdo a las necesidades del servicio es destinado a cualquiera de las bases.
- De forma tal que así resultó que se transformó en fundador de la Base Sobral.
- En verdad soy co-fundador. Y esa base me costó dos dedos del pie derecho. La Sobral fue construida con un promedio de temperatura de 50 grados bajo cero. El verano estaba muy avanzado. Habíamos terminado los reconocimientos y sobre tablas comenzamos la construcción. Estuvo habilitada para cuatro campañas posteriores. Y se abandonó cuando prácticamente se veía, glaciológicamente, que se estaba fracturando el suelo, se hacían muchas grietas y corríamos peligro. Junto con la Belgrano I corrieron la misma suerte: con los desprendimientos salieron a navegar en témpanos.
- Pero hay un tercer viaje en su historia.
- Así es. Una vez más, en el que sólo fui para realizar una campaña durante el verano. Prácticamente tengo 4 años de estadía en la Antártida.
- ¿Y cómo es vivir en un lugar donde todo-todo es blanco?
- Se vive mucho, no crea. Usted se acostumbra. El hombre es una de las especies más dúctiles. Mi primer destino en el ejército fue ir a Tartagal, en Salta. El día que llegué hicieron 48 grados de calor. Y años después estuve en Base Sobral con 50 bajo cero. Por lo que usted verá que nuestro cuerpo ha sido hecho por Dios de un modo muy especial.
- He visto fotos y videos de las auroras boreales. Desde lo estético es una maravilla de la naturaleza.
- Mientras más al sur uno se encuentra, y especialmente lo experimenté en Belgrano I y Sobral, durante el invierno nos sorprenden las auroras. Y cuando no hay nubes se ven nítidamente las auroras polares. Para que lo explique debo decirle que son grandes erupciones de gases en los polos. Y es lo único que se sabe acerca de ellas. Y cuando se produce una de ellas en el Polo Sur automáticamente se produce otra en el Polo Norte. Claro que cuando en un lugar es de día, en el otro de noche. Y durante el día es un fenómeno que pasa inadvertido. Es como si fuera un gran lanzamiento de fuegos artificiales, que iluminan todo. Y le aseguro que el espectáculo, en plena noche polar, es algo maravilloso. Ver auroras es como vivir un sueño de hadas. Y es una gracia de Dios disfrutar de esos momentos increíbles de la vida.
- Una curiosidad: presenciar un hecho tan magnánimo, tan inusual y al mismo tiempo tan natural, sabiendo que uno se encuentra en los confines del planeta, ¿no refuerza la idea de una soledad angustiante?
- No, porque en la Antártida la gente generalmente, desde lo psicológico, ha sido muy bien seleccionada y muy bien estudiada. ¿Me interpreta? Es muy raro que haya peleas y hasta discusiones en las bases. Se forman equipos y se cultiva una gran amistad y una gran camaradería. Tengo grandes amigos y camaradas antárticos, con los cuales aún me escribo y hablo, pese a los años. El que estuvo en la Antártida se siente hermanado, ya que hemos sufrido lo mismo y hemos tenido las mismas satisfacciones. Y déjeme decirle algo más: para mí, estar en la Antártida, fue como estar más cerca de Dios.
Pedro Zoni es el tercero, de izquierda a derecha. Inauguración de la Base Sobral, Antártida, 1965
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