Restó "Oscura": las cenas de las que todo mundo habla sin ver

Es una muy particular oferta gastronómica: comer a oscuras. Sucede en el límite entre Retiro y Recoleta, a poco andar la Avenida 9 de Julio. Una oportunidad para reencontrarse con los sentidos en su fase más aguda.





Por Mauricio Runno

Es uno de los lugares por donde transitan miles y miles de autos a diario. A un costado, el "Four Seasons", con aquella suite con balcón que enloquece a los fans que quieren "ver" a sus ídolos (no les hablen a los vecinos de los Rolling Stones, por ejemplo, porque es como casi mencionar Vietnam o Irak para un americano). Lo cierto es que Restaurante Balconity, en la recova de la Avenida 9 de Julio, esquina Posadas, es hoy uno de los lugares más insólitos de la frondosa oferta gastronómica porteña.
¿Menos es más? Eso dicen aquellos abonados al budismo criollo, que por lo general tienen como norte ideológico las últimas tendencias de las últimas revistas de los últimos temas (todo es, en este tópico, de última, como se desprende). Entonces es la simpleza una sofisticación y una aventura, y ésa es la propuesta de Balconity con su “Oscura, experiencia invisible” para sus visitantes nocturnos de los jueves, viernes y sábados: cenar a oscuras. Y cuando se dice a oscuras es literal: ni una vela, aunque el romanticismo, por ejemplo, sobrevuela el ambiente de principio a fin.
Los más iluminados en esta práctica (no hay oscuridad sin luz, y viceversa, eso ya lo sabemos) fueron los alemanes, de la mano del psicólogo Axel Rudolph, que siempre ponen a prueba sus destrezas, ya sea en la montaña, la filosofía, o en algo tan doméstico como el aventurarse a disfrutar una comida vedado de uno de los sentidos dados, la visión. Vedados y luego vendados, así reciben a sus comensales en este restó, que descubren una nueva dimensión, o mejor expresado, agudizan el resto de los sentidos, para vivir una comida distinta.
El concepto base es ofrecer a cada comensal una experiencia sensorial totalmente diferente a la conocida a la hora de comer. El lugar reserva una experiencia que estimula la fantasía e intensifica la percepción, logrando una vivencia novedosa orientada a explorar el olfato, el gusto, el tacto y el oído. Para asistir, es importante realizar una reserva con un día de antelación, ya que así puede elegirse una mesa para dos o compartir con amigos o desconocidos y advertir sobre algunas preferencias culinarias.Y así es que varias ciudades tienen su secreto, en este sentido. El D.F. en México, Israel, Austria, Francia, Alemania, como se ha dicho, y desde hace menos de dos meses, Argentina.
La bienvenida es a cielo abierto: las escaleras que conducen al restaurante exhiben una de las vistas que más impactan: no sólo por la suite que alguna vez alojó a alguno de los Stones, sino por la presencia de un edificio que nada envidiaría al constructivismo soviético más estricto.Aquí, la única experiencia similar nació en 2004, con el restó “El gallito ciego”, que estaba atendido por mozos no videntes, así como también por un personal de cocina en iguales condiciones. Y era más bien un ejercicio de desarrollo de discapacidad. No es el caso de “Oscura”, que sólo recurre a una venda anatómica para lograr que los efectos preparados tengan mayor impacto en el comensal, que, sin duda, es sorprendido por sonidos, aromas y sensaciones de frescura, relax, calma y un poco de ansiedad, claro.
Aquí cada plato es distinto, por lo que uno de los temas de conversación durante la cena es ir descifrando una cocina rica en sabores. El vino es de los mejores malbec de Cuyo y la comodidad de las sillas también permiten mayor relajación y comodidad. Hacia el final, luego del tríptico que media entre la entrada y el postre, se realiza un pequeño baile, con la música incidental que luego se termina disfrutando a ojos abiertos, con luz tenue. Es el momento de regresar de un viaje, tal vez, y como sucede con varios placeres, uno siempre termina extrañando la sensación. La recomendación es sólo válida para espíritus sin prejuicios, libres y gozadores.

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