Columnas vertebrales



Este texto es parte de una columna que me fue pedida por Roberto Suárez, Director de diario Jornada, de Mendoza, como parte de una serie de opiniones que festejan los cinco años de la publicación. Recomiendo, para quienes gusten de la sutileza, lo escrito por Víctor Hugo Morales en el mismo suplemento, una verdadera pieza de la actualidad deportiva y periodística. Casi-casi un barrilete cósmico.



Por Mauricio Runno


En Mendoza no hay muchos escritores en serio. El método de las balsas cubanas parece aquí, no tanto una metáfora, como sí, en verdad, una evidencia: por lo general los buenos escritores emigran, viajan, se van, a veces vuelven, pero, los que se van, nunca vuelven del todo.
Y la fuga se entiende: a Antonio Di Benedetto, que inventó todo, incluso en el periodismo, cuando alguien tuvo que ayudarlo, se le borraron casi todos. El antecedente es extremadamente evidente como para no tomarse en serio la clase de escritores y lectores de la que puede enorgullecerse Mendoza: tibiecitos, vanidosos, pueblerinos.Cuando viví en Brasil, hubo momentos en los que hice cualquier cosa. Menos periodismo, hice de todo. Vendí jabones de los Hermanos Sabater, los más glamorosos de Argentina (aunque pensándolo bien esto parece un buen ítem para mí curriculum vitae: la venta de jabones en Río de Janeiro y San Pablo). Mi único contacto con Mendoza era el hecho de que la vida en los trópicos me hacía soñar con los lomos de Don Claudio, con la fuente de milanesas hechas por mi madre, los buenos vinos y casi poco más.

Entre ese poco más, también incluyo el intercambio de correspondencia electrónica con amistades. Bien pocas, hay que decirlo, y esporádicas. Y en este ítem, la mantenida con Raúl Silanes, sobrevivió mareas, pleamar, bajamar, ausencias, presencias.Así es como empezó mi relación con el Diario Jornada: por las columnas de Raúl Silanes. Confieso que en Brasil no me interesaba leer noticias “locales” (recuerdo la versión digital del diario de Di Benedetto: Mendoza era como una postal del cine mudo; hoy, para ser sincero, si viviera en Brasil, sería más o menos lo mismo, pese al boom de la Mendoza digital que más bien es un cuento, aunque más de verseros).

Total que, mientras aprendía portugués, y leía Machado de Assis, Rubem Braga, Dalton Trevisan o cualquier revista (por entonces Bravo y Trip) o los diarios (A Folha de Sao Paulo, claro, el carioquérrimo O Globo, la Gazeta do Povo o alguno otro, como el Diario de Pernambuco, que se edita hace 180 años), mis únicas lecturas se reducían a esperar el día Silanes: creo que era un martes o un miércoles, no recuerdo bien.

Entonces comencé a leer a otros dos columnistas más de Jornada. Los viernes a Rodolfo Braceli y los lunes a Víctor Hugo Morales. Esas columnas se convirtieron en mi única referencia en español. Con Silanes me enteraba de sus viajes, sus premios, sus obsesiones, su aguda mirada del desierto. Con Braceli otro tanto, siempre puteando en gran estilo contra los fachos, los mediocres y rescatando argentinos fuera de serie. Y Víctor Hugo me contaba el fútbol, y, aunque veía los goles un par de horas después de “Fútbol de Primera”, gracias a un fanático que subía la síntesis a Youtube (hablo de 2004), las crónicas, el estilo y la forma de disfrutar de un espectáculo estético hecho deporte, a cargo suyo, eran como el upgrade de mis pasiones futbolísticas.

Lo más increíble del caso es que un buen día, y ya de vuelta en Argentina, en esta provincia de pocos cuentistas conocí la redacción de Jornada, que es la cocina de todo medio gráfico. He trabajado en varias de ellas, incluso en Brasil, y puedo decir que allí está el corazón del asunto: sino late, sino hay sangre, sino hay risas, pueden estar seguros que esa redacción se parece más a una reunión de ilusos. Y lejos de agotar ediciones terminan agotando a sus lectores. Jornada tenía eso de la mística: 50 metros cuadrados sin un centímetro de silencio. Catorce o quince computadoras (de las cuales funcionaban bien no más de cinco o seis, como corresponde a un diario, y que encima eran las que usaban los más veteranos de la redacción, como corresponde a un diario).

He escrito en Jornada algunas columnas que, ejerciendo la autocrítica, jamás pensé que podía publicar en un diario de Mendoza. Y hasta hubo una etapa en la que me fue asignado un día de publicación. No hace falta decir que todo es por culpa de Raúl Silanes. Quizá el único escritor serio que conozco en Mendoza. Rescato, en estos cinco años del medio, el espacio ganado por los columnistas. Más aún cuando el 78 % de los columnistas mendocinos sufren de las cervicales, las físicas, las mentales y, claro está, las patronales.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
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