El hombre que atravesó 60 kilómetros de desierto



Por Mauricio Runno

La Mendoza profunda se compone de personas como la que se entrevista. Vive en San Martín, donde atiende su negocio, y cultiva pasiones como tantos otros lo hacen en toda la provincia. Podría tratarse de un hombre común, en apariencia. Como tantos otros a la edad de 46 años. Es un ciudadano en varios sentidos: no molesta a nadie, goza de honesta reputación, pero, claro, los vecinos dicen que está loco. ¿Por qué? Por varias razones, aunque la última es la que motiva este reportaje: atravesó, de a pie, sesenta kilómetros, por el desierto, desde la triple frontera entre Mendoza, San Juan y San Luis, ese paraje bucólico llamado Encón, hasta salir al santuario de la Difunta Correa, en la vecina provincia.



- Sos un personaje

- ¿Por qué?

Y mientras Roberto se ríe, y de fondo oímos el relato de un documental del Discovery Channel, busca entre sus papeles, perfectamente ordenados aunque no lo parezca (recordemos que, según ingenieros, metereólogos, matemáticos, físicos, biólogos y psiquíatras, "todo tiende al caos"), un cuaderno en el que ha dispuesto todos los recortes, afiches, notas periodísticas, acerca de sus actividades, relacionadas con el aeromodelismo, los fierros (armas no: en San Martín dícese de fierros esa actividad fanática relacionada con los autos y las motos: o sea, los fierros). Todo lo que se clasifica en ese cuaderno no hace más que confirmar que Carlos Roberto Bullares es, sí, todo un personaje.




- Una de las cosas más sorprendentes de tu última aventura es que cruzaste, literalmente, el desierto absolutamente solo. ¿Tenías planeado este viaje solitario que comenzó en Encón?


- En 1991 encontramos ese lugar junto con otros amigos. Anduvimos en moto, pero, claro, no tan alejados de la ruta. Hasta ese momento no conocíamos esa parte del desierto. No estábamos preparados, no llevábamos nada. La primera vez fuimos de caradura.


- ¿Pero anduvieron por la ruta que une Encón-San Juan?


- No, no tanto por ella, pero sí cerca. Entramos al desierto. Y en un momento mis amigos no se la aguantaron más y tuvimos que volvernos. Y a mí me quedó pendiente eso: yo quería llegar hasta la Difunta Correa.


- ¿Cómo te orientas en el desierto, en la nada. ¿Con GPS?


- Noooo. No tengo GPS ni uso brújula. Ya he dicho que el día que me pierda no voy más al campo (risas).


- O sea que, además de solo, ¿fuiste sin brújula?


- Y sí. Hay que apuntarle siempre a la cordillera, que es la única y gran referencia. Y desde mediados de julio de 1991 es que me quedó esa materia pendiente: volver. Y me dije: esto lo tengo que hacer. Y cuando a mí se me pone algo, y no lo cumplo, me queda pendiente, y me siento mal. Entonces un día me fui solo (risas).


- Sí, hace pocas semanas atrás.


- No, antes también. Ese mismo año volví solo aunque iba en moto. Cargué combustible en Encón. Y llevaba además dos litros y medio de nafta en la espalda, dos litros de agua, y otros cinco más de nafta en un recipiente en la parte delantera de la moto. Y los siete que le entran. Tenía una XR 350. Pero esa vez encaré el desierto no muy al norte, sino haciendo una línea paralela a la ruta, a unos cinco kilómetros. Salí a las 6 de la mañana y a eso de las 8 de la tarde salí a la Difunta Correa. No le avisé a nadie que hacía ese viaje, ni siquiera al flaco de la YPF de Encón. Después pensé: ¿y si me hubiera pasado algo? Una quebradura, un accidente.


- Y a partir de esa locura es que comenzaron a realizarse travesías por la zona.


- Exacto. Y se hacen todos los años, ya son once las que llevamos. Mi primera travesía en 4x4 la hice hace veinte años. Y recién he venido a tener mi propia 4x4 hace dos. Siempre anduve en la moto o colado con alguno (risas).


- Ir en moto es distinto a caminar por el desierto. Diría que demasiado distinto.


- En una de esas travesías un amigo me invitó para acompañarlo en su Jeep. Y prácticamente la hice toda caminando. Porque íbamos con el Gordo Carré y yo iba empujando y filmando (risas). Y el Gordo ni se bajaba (más risas). O sea que más o menos hice buena parte del trayecto caminando, o peor: empujando. Siempre he tratado de mantenerme en buena forma física. Me entreno en el gimnasio Hércules, aquí en San Martín. Y salgo a caminar, siempre, día por medio.


- Se desprende que de esas experiencias en un momento pensaste: "voy hacer esto, solo, y caminando".


- (Risas) El año pasado no pude ir porque creo que no estaba bien preparado. Y no se dieron las condiciones. Incluso no encontré quién me llevara hasta Encón (risas). Y no forcé la situación. Y todo eso me sirvió para entrenarme más. Estoy seguro que si hubiera ido antes no llegaba. Y si llegaba iba a ser un milagro.


- ¿Cómo fue el entrenamiento?


- Los vecinos me decían: "¿Cómo vas a salir a caminar en plena siesta, en el verano, por esa calle (Espejo), que atraviesa fincas y es un camino de arena?". Así es que me preparé entonces. Y después volvía por las vías del tres para fortalecer los tobillos. Mi razonamiento era que, si iba al desierto, y en algún momento pisaba una cueva de quirquinchos, y me hacía un esguince: ¿quién me sacaba de ahí? No hay señal de celulares, no hay comunicación por radio. La distancia desde Encón hasta la Difunta es de sesenta kilómetros. Yo calculaba que debía caminar treinta kilómetros por día. Y yo acá hago, en lo duro, doce kilómetros cada tres horas. La diferencia es que yo volvía de caminar, a mi casa, donde tenía el agua fresca en la heladera, el baño para ducharme. Por lo que en el desierto uno consume mayor cantidad de energía. Por eso intensifiqué el plan y me entrenaba todos los días.


- ¿Tenías una fecha especial, para cumplir el viaje?


- Lo iba a hacer en Semana Santa, pero hizo un calor inesperado. Cuando pasó eso me fijé en la próxima luna llena: 18, 19 y 20 de abril. Listo, vamos. Lo de la luna llena era por si tenía que caminar de noche. Son detalles que hay que pensar. Además no puedo explicar lo que es estar en esa inmensidad, con luna llena. Es una cosa de locos. No te dan ganas de dormir.


- Ibas protegido, entonces.


- (Risas) Yo salí el viernes y llegué el domingo: pasé allí dos noches con luna. Mi hermano y unos amigos me dejaron a cinco kilómetros de Encón, el viernes a las ocho de la mañana. Y ahí empecé a caminar. A los ochocientos metros ya empecé con problemas con la mochila. Llevaba veintidós kilos de peso. Pero el problema era que mis recursos no llegaron para comprar una buena mochila. Y llevé una que me costó setenta pesos. Así que se me empezaron a cortar los broches. Y la ataba, pero esas ataduras se me marcaban en los hombros, así que tuve que colocar un pulóver que llevaba para aliviar esa molestia. Al mediodía paré. Todo ese primer día lo disfruté. Paraba, me hacía de comer, mortadelas asadas. Tomaba agua, cinco tapitas de líquido para racionalizarla. Y a la noche me hice un asadito a las llamas, con unas varillas de jarilla, ya que había llevado un pedazo de carne. Y a esa hora comenzó a hacer mucho, mucho, mucho frío. Eso sí. Es increíble cómo cambia la temperatura en el desierto. Me llevaba un camperón. Al día siguiente, temprano, a las ocho, volví a caminar.


- Repasemos: el día jueves estabas haciendo tus actividades normales, trabajando acá, en tu negocio. Tu vida normal, digamos…


- El jueves ya no dormí (risas). Estaba muy ansioso. Siempre me ha pasado eso. Desde que comencé a ir a las carreras de motos. Y en la semana anterior no salí a caminar.


- El viernes te dejan a cinco kilómetros de Encón. Comienza la caminata. Lo primero que se me ocurre es que comienza un período de silencio.


- Me llevé esta cosita, para que hiciera ruido (trae la "cosita": un cencerro). Como para escuchar algo. Y también me lo llevé por si tenía que hacer alguna trampa, para rodear un perímetro con tanza y colgar el cencerro. Por las dudas si me encontraba con un puma u otro animal. Pero no pasó nada de eso, por suerte.


- No es un método muy efectivo para engañar víboras.


- (Risas) Bueno, víboras, había una cantidad increíble. Igual que arañas y escorpiones, miles. A la noche salían de todos lados. Cuando veía una víbora la dejaba pasar. Eran chicas, de unos setenta centímetros. Son las que llaman las de la cruz. Son venenosas. Ahora, lo que más me extrañó fue la cantidad de escorpiones de noche, cuando hacía fuego. Salían de todos lados. Para entretenerme me ponía a jugar con ellos con una varillita (risas).


- El sendero que surcaste en el desierto ¿fue en línea recta?


- No, no se puede. Los médanos son transversales. Entonces caminé por las dunas. Hay médanos que deben tener doscientos metros de altura. Cometí un solo error, que fue bajar a uno de esos valles de arena que se forman, unas ollas donde están los bosques de algarrobos, para buscar un poco de sombra. Eso fue el sábado. Y cuando quise volver a las dunas me costó muchísimo salir. Ahí gasté demasiada energía. Por lo cual la forma de atravesar ese desierto es caminar por las crestas de los médanos. El único problema es que por allí no hay sombra de ningún tipo. Yo me paraba en los médanos y miraba la inmensidad. Es muy grande ese pedazo de desierto. Poca gente lo conoce. Yo he andando mucho por la Argentina. He hecho cuatro veces el Desafío Patagónico, en Mendoza no me queda lugar por conocer… quiero decir que éste es uno de los pocos lugares vírgenes que he visto. No hay seres humanos ni envases descartables (ríe). Lo que también me sorprendió: estuve tres días sin ver un envase o bolsa de plástico. Ahora, cuando salí a la ruta, el domingo, casi cuatro kilómetros al norte de la Difunta Correa, me sorprendió la cantidad enorme de envases descartables a la orilla de la ruta. Y otro golpe de realidad fue haber estado tres días con mucha paz y salir al bullicio de la Difunta.


- No he encontrado registros de expediciones de personas ni reconocimiento del lugar.


- Lo único que puedo decir es que a ése lugar no se puede llegar ni en moto, ni en 4x4. Sólo caminando o en helicóptero. En la noche del sábado alcancé a ver unas luces, que eran de la Difunta. Ahí pensé: "Estoy ahí nomás". Ingenuo yo: aún me quedaban veintidós kilómetros de desierto. Y la relación de desgaste físico es la siguiente: un kilómetro en la arena equivale a tres sobre superficie dura.


- ¿Cómo son las noches en el desierto?


- Es increíble el cambio de temperatura. Apenas se esconde el sol comienza un frío durísimo. De estar en mangas cortas hay que ponerse la campera, abrigarse. Y al revés: cuando sale el sol, comienza el calor. El cielo despejadísimo. Muchísimas estrellas. Y La luna. Y eso hacía en las noches: contemplar el cielo y disfrutar del silencio.


- ¿Nunca te dio miedo estar en esas condiciones?


- No, no. Y voy a decir una cosa: nunca he sentido miedo en mi vida. El primer vehículo que manejé fue un Willy, a los doce años, en el campo de mi tío. Después trabajé para Gendarmería, tres años, en San Antonio de los Cobres, y andaba en vehículos por ahí y tampoco tenía miedo. Después he volado en alas delta, y tampoco.


- ¿Tenías conciencia no hay nadie que haya hecho antes ese recorrido?


- Lo único que sé es que se ha hecho a caballo, pero prácticamente sobre la ruta. Porque en los médanos tampoco puede andar un caballo. Se entierra. No encontré en todo el desierto una huella ni rastro de nada, en ningún momento.


- Parece que no, que no tenés conciencia de que nadie lo hizo antes que vos.


- (Piensa) Cuando llegué a la Difunta hacía veinte horas que no probaba líquido. Pero estaba preparado para eso, porque a veces cuando salía a caminar por acá, volvía y no bebía agua ni otro líquido. Eso lo hice las semanas previas, para adaptarme aún más. Y cuando llegué a la civilización fui hasta un bar, en la Difunta, y bebí tres litros de líquido. El que me atendió, me dijo: "Hoy vienen todos con sed". Ahí le dije: "Esperá que tome la primera, y después te cuento". Ahí se sentó conmigo. Llamó a un amigo, vino otro más. Y les conté desde dónde venía. Ellos me dijeron que nunca habían escuchado nada así. Ahí me regalaron otra botella, así es que tomé casi cuatro litros. Y al rato llegó mi hermano.


- Imagino que eras como un fantasma, ya de por sí, en un lugar bastante fantasmal.


- Me veían la pinta y era un cascote. Y sí. Estaba hecho un desastre. Encima vestido con un pantalón de camuflaje. Eso sí: excelente, lo mejor que llevé fue ése pantalón, que me lo regaló un amigo. Son de ésos que usaron los militares en la Guerra del Golfo, camuflados de arena. Bajo el sol se mantenía fresco y por la noche conservaba la temperatura. Muy bien hecho. Y también útil cuando había viento norte, que es lo que siempre hay.


- Insisto con lo del miedo: ¿nunca lo sentiste?


- No, jamás. Es más: a muchos de mis amigos les gusta salir conmigo, para hacer travesías o idas al campo, porque ellos tienen miedo de perderse y yo no me pierdo nunca.


- ¿Has pensado en el valor educativo que tiene tu paso por el desierto?


- Yo creo que después de esto mucha gente va a querer hacerlo. Por eso tampoco quería se que divulgara mucho, porque es un lugar que se debería preservar. Y por ahora, al estar como escondido, se mantiene. Representan más o menos cien kilómetros cuadrados. Y de algún modo habría que preservarlo, quizá como parque nacional o provincial. Ahí, por el momento, no hay alambrados ni huellas de seres humanos. Es un lugar hermoso.




Historia animada: La Difunta Correa

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