Bernardo, el decálogo inconcluso y Racing
Cuando estaba dispuesto a escribir un decálogo del periodista mendocino 2008 para el blog, una serie de ideas que, creo, hablan de una profesión desprestigiada, tanto por los propios periodistas como por los dueños de los medios, me entero de la muerte de Bernardo Neustadt. Y no deja de ser gracioso que Neustadt haya muerto el mismo día que se estipula como el del Periodista. Hasta en eso se podría decir que fue intenso.
Lo conocí cuando él tenía 76 años. En ese momento escribí: “Cualquier historia acerca del periodismo y la política argentina no pueden obviarlo (…) Parece un guerrero, aunque finalmente pueda pensarse que sólo es un estoico”. Hace siete años le pregunté por su ubicación en el periodismo, cómo le gustaba pensarse dentro de una profesión a la consagró su vida: “Como un libero. Es que soy un out-sider. O si prefiere, como un sobreviviente a la conspiración del silencio. Nada de lo que hago es publicado. Y está bien. Es una batalla que libro contra ellos y viceversa. Yo los critico y ellos me oscurecen, me ignoran. Yo supe dónde y con quién me metí. Me metí en el concierto de ver si puedo mejorarlos y ellos en el concierto de ver si me pueden ignorar. Hasta ahora estamos empatados, vamos uno a uno”.
Aquella entrevista no fue muy amable, en el sentido que fue difícil llegar a su intimidad. Pese a intentarlo, Neustadt en muy pocos momentos se permitió dudar. Y con su habitual velocidad respondía de acuerdo a sus frases más comunes. Aún así fue una nota interesante. El presidente era De la Rúa, a quien criticó por su indefinición, e ironizó acerca de lo que llamó la izquierda caviar, diciendo que “la izquierda nativa, la que habla de los pobres, pero que no vive como ellos, tendría que hacerse cargo del poder”. Y estiró el razonamiento: “Que ellos nos digan: váyanse ustedes, los liberales, los capitalistas. Y si la izquierda argentina convierte al país en algo en serio, bárbaro. Ahora, si lo transforman en Bolivia…”.
Algunos años después, conocí mejor a Neustadt. Tuve la oportunidad de ser invitado a sus desayunos de los días sábados, que eran reuniones que sucedían en su casa de Martínez. Allí sucedían encuentros con personas de distintas actividades. Era como estar en un programa de televisión o radio, pero sin cámaras ni micrófonos ni grandes audiencias. Se hablaba de temas de actualidad y se opinaba sin condiciones. Bernardo hacía preguntas, tal como si fuera un programa. Y por ahí se levantaba de la mesa para dar una mirada a algún partido de tenis que se transmitía por televisión.
Entre esos invitados recuerdo a una persona muy especialmente. Se trataba de Alejandra, que venía de ganar una medalla olímpica en la disciplina salto con garrocha. Bernardo estaba interesado en conocer cómo ella se entrenaba, cuáles eran las facilidades que el Estado le proporcionaba y cuáles eran los estímulos de la deportista. Otros invitados, en cambio, ofrecían experiencias acerca de la inseguridad. Y así pasaban las mañanas de los sábados.
Tiempo después lo conocí aún más. Y la historia fue diferente, porque nos propusimos hacer un documental con él. La serie se llamó “Pioneros, sueños de argentinos” (otros de los documentales fueron sobre Clorindo Testa e Isabel Aretz, la primera etnomusicóloga argentina, entre otros). Y Bernardo era uno de los que estaban en la lista. Así fue como le hice varias entrevistas, y si no mal recuerdo hay ocho horas de grabación. Incluso recogimos el testimonio de su primera esposa y de un compañero suyo de ruta, Mariano Grondona.
Conocí, finalmente, a una persona muy intensa. Y también a un hombre muy sufrido, tenaz, inteligente, sensible y apasionado por su país y su profesión.
“Amo hasta mis errores. No hubiera hecho nada distinto a como fue y a lo que es. Me gusta la profesión, la amo, y no me gusta como se comporta ahora. Al obispo que me confirmó a los 7 años le respondía que cuando fuera grande iba a ser periodista, que iba a conocer la ciudad de Florencia y que iba a tener un Mercedes Benz. Al periodismo llegué a los 13 años. Conocí Florencia a los 43 y tuve el Mercedes a los 65”.
Si hubiera un momento para contar lo que significó entrevistar tantas veces a Neustadt escogería aquel en que, un día de primavera, y mientras mirábamos el marrón del río de la Plata desde el living de su casa, colocó una versión del Ave María realmente muy emocionante. El estaba extrañamente relajado y feliz por vivir un día tan pleno como el que hacía afuera. Un rato después le pregunté por su padre. Y por primera vez lloró. Fue un llanto espontáneo, no previsto y por eso sorpresivo. Durante un rato no pudo hablar. Cada vez que lo intentaba volvía a quebrarse.
Hoy ganó Racing, murió Neustadt y supongo que deberé esperar un año más para escribir ese decálogo del periodista mendocino.
Lo conocí cuando él tenía 76 años. En ese momento escribí: “Cualquier historia acerca del periodismo y la política argentina no pueden obviarlo (…) Parece un guerrero, aunque finalmente pueda pensarse que sólo es un estoico”. Hace siete años le pregunté por su ubicación en el periodismo, cómo le gustaba pensarse dentro de una profesión a la consagró su vida: “Como un libero. Es que soy un out-sider. O si prefiere, como un sobreviviente a la conspiración del silencio. Nada de lo que hago es publicado. Y está bien. Es una batalla que libro contra ellos y viceversa. Yo los critico y ellos me oscurecen, me ignoran. Yo supe dónde y con quién me metí. Me metí en el concierto de ver si puedo mejorarlos y ellos en el concierto de ver si me pueden ignorar. Hasta ahora estamos empatados, vamos uno a uno”.
Aquella entrevista no fue muy amable, en el sentido que fue difícil llegar a su intimidad. Pese a intentarlo, Neustadt en muy pocos momentos se permitió dudar. Y con su habitual velocidad respondía de acuerdo a sus frases más comunes. Aún así fue una nota interesante. El presidente era De la Rúa, a quien criticó por su indefinición, e ironizó acerca de lo que llamó la izquierda caviar, diciendo que “la izquierda nativa, la que habla de los pobres, pero que no vive como ellos, tendría que hacerse cargo del poder”. Y estiró el razonamiento: “Que ellos nos digan: váyanse ustedes, los liberales, los capitalistas. Y si la izquierda argentina convierte al país en algo en serio, bárbaro. Ahora, si lo transforman en Bolivia…”.
Algunos años después, conocí mejor a Neustadt. Tuve la oportunidad de ser invitado a sus desayunos de los días sábados, que eran reuniones que sucedían en su casa de Martínez. Allí sucedían encuentros con personas de distintas actividades. Era como estar en un programa de televisión o radio, pero sin cámaras ni micrófonos ni grandes audiencias. Se hablaba de temas de actualidad y se opinaba sin condiciones. Bernardo hacía preguntas, tal como si fuera un programa. Y por ahí se levantaba de la mesa para dar una mirada a algún partido de tenis que se transmitía por televisión.
Entre esos invitados recuerdo a una persona muy especialmente. Se trataba de Alejandra, que venía de ganar una medalla olímpica en la disciplina salto con garrocha. Bernardo estaba interesado en conocer cómo ella se entrenaba, cuáles eran las facilidades que el Estado le proporcionaba y cuáles eran los estímulos de la deportista. Otros invitados, en cambio, ofrecían experiencias acerca de la inseguridad. Y así pasaban las mañanas de los sábados.
Tiempo después lo conocí aún más. Y la historia fue diferente, porque nos propusimos hacer un documental con él. La serie se llamó “Pioneros, sueños de argentinos” (otros de los documentales fueron sobre Clorindo Testa e Isabel Aretz, la primera etnomusicóloga argentina, entre otros). Y Bernardo era uno de los que estaban en la lista. Así fue como le hice varias entrevistas, y si no mal recuerdo hay ocho horas de grabación. Incluso recogimos el testimonio de su primera esposa y de un compañero suyo de ruta, Mariano Grondona.
Conocí, finalmente, a una persona muy intensa. Y también a un hombre muy sufrido, tenaz, inteligente, sensible y apasionado por su país y su profesión.
“Amo hasta mis errores. No hubiera hecho nada distinto a como fue y a lo que es. Me gusta la profesión, la amo, y no me gusta como se comporta ahora. Al obispo que me confirmó a los 7 años le respondía que cuando fuera grande iba a ser periodista, que iba a conocer la ciudad de Florencia y que iba a tener un Mercedes Benz. Al periodismo llegué a los 13 años. Conocí Florencia a los 43 y tuve el Mercedes a los 65”.
Si hubiera un momento para contar lo que significó entrevistar tantas veces a Neustadt escogería aquel en que, un día de primavera, y mientras mirábamos el marrón del río de la Plata desde el living de su casa, colocó una versión del Ave María realmente muy emocionante. El estaba extrañamente relajado y feliz por vivir un día tan pleno como el que hacía afuera. Un rato después le pregunté por su padre. Y por primera vez lloró. Fue un llanto espontáneo, no previsto y por eso sorpresivo. Durante un rato no pudo hablar. Cada vez que lo intentaba volvía a quebrarse.
Hoy ganó Racing, murió Neustadt y supongo que deberé esperar un año más para escribir ese decálogo del periodista mendocino.
Comentarios
Feliz día del periodista
saludos
Amigooooodd.
Simón