Viajes del Interior
Por Mauricio Runno
El que no viaja está quieto. No necesariamente el viaje se relaciona con tomar un avión o un micro o el coche. Caminar ha sido uno de los viajes más sorprendentes para varios de nosotros, aun cuando nosotros no existíamos.
Basta pensar en los peregrinos que llegaban y que aún hoy arriban a Compostela para finalizar un viaje espiritual, en el que está permitido cualquier medio de locomoción, atravesando la frontera franco-española, para alcanzar, finalmente, la llegada: Santiago de Compostela. Es el llamado Camino de Santiago, cientos de kilómetros que pueden sortearse de a pie, a caballo, en bicicleta e incluso en algunos tramos en medios más sofisticados.
Basta pensar en los peregrinos que llegaban y que aún hoy arriban a Compostela para finalizar un viaje espiritual, en el que está permitido cualquier medio de locomoción, atravesando la frontera franco-española, para alcanzar, finalmente, la llegada: Santiago de Compostela. Es el llamado Camino de Santiago, cientos de kilómetros que pueden sortearse de a pie, a caballo, en bicicleta e incluso en algunos tramos en medios más sofisticados.
Es posible, también, viajar con la imaginación, sin siquiera salir de un cuarto. Conocí a una verdadera maestra en estas lides, Maga Correas, una viajera profunda, surcando geografías vastas y ajenas, estudiando mapas y ubicaciones de librerías en las ciudades más insólitas del planeta. Ella lo hacía antes de la globalización, las nuevas tecnologías e Internet, lo que la convertía, automáticamente, en familiar de Lucio Mansilla, Charles Darwin o Montaigne.
Viajé hace algunos días hasta el centro del país, ratificando que la Argentina profunda es inmensamente más intensa y rica cuando uno se aleja de Buenos Aires. Es casi paradójico, pero este país debería plantearse seriamente una nueva división política. Que se queden los argentinos que dicen el “interior” con el puerto y que a cambio nos den el resto. Veríamos allí, entonces, cuál sería el “exterior” y cuál el “interior”, aunque uno sospecha que ellos ya lo saben, y que por esa razón suelen hacerse los distraídos ante cualquier intento federal más armónico, racional, progresista, que la actual situación. Marcos Aguinis lo comentó hace poco en un reportaje: “Ya no somos un país federal, sino unitario, como en el siglo XIX”.
En este viaje volví a encontrarme con algunos mendocinos más que interesantes. A uno lo conozco desde hace años. Se trata de un artista en todo el sentido de la palabra. Nació en San Rafael y hace décadas vive en Córdoba. Oscar Suárez ha expuesto su obra en las ciudades más sofisticadas del mundo. Y en apenas algunos meses, y luego de un ostracismo de nueve años, volverá a exhibir su producción, esta vez en el espléndido Museo Caraffa.
La otra mendocina fue una revelación: es una de las dueñas de “La Pasión”, una casa bar donde se reúne el mix under de la ciudad y alrededores. Ella, una mendocina muy joven, resume el espacio con palabras sueltas: “Música, amigos, comidas afrodisíacas, sabores, chicas, juegos, chicos, baile, teatro, performance, tragos, fuego, encuentros cercanos, amoríos secretos & confesiones, palabras, poesía”.
Y para seguir con los viajes ayer, nomás, recibí un correo de Raúl Silanes, a quien varios de ustedes suelen leer en este mismo espacio. “Camino EEUU con uno de mis libritos de poesía (segundo volumen del que me premiaron con el Robert Lowell Prize, hace un tiempo, titulado “Ligth Dumb”). Hoy te escribo desde el corazón verde del Estado de Georgia, desde una ciudad llamada Lillburn. Mañana vamos a Atlanta, luego a Lawrenceville, después a Kenessau y después, qué sé yo…”.
Hace unas semanas me encontré en Mendoza con un sociólogo que pronto emprenderá su viaje al Brasil africano, Salvador de Bahía. Como decía Vinicius de Moraes: “Soy el blanco más negro de Brasil”. Tal vez la sociología también sea una rama de la psicología, como dice Silanes.
Y para terminar con esta columna de viajeros hay que anotar que hoy mismo parte a Buenos Aires el poeta Juan López, celebrado autor del último guión de la Fiesta de la Vendimia. Es tremendo decirlo, pero, justo, en este instante, me está llamando para vaya (o sea, que viaje) hasta su casa. Seguramente me leerá una selección de poemas que lleva bajo el brazo para deleite de otros auditorios, la Feria del Libro, donde viven los del puerto, esos que deberían pensar mejor cuando dicen “interior” o “exterior”, ya que, hasta ahora, se han comportado como los peores provincianos de este confín llamado Argentina.
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