Sobre el reciente libro de Roly López

Algunas cosas conviene decirlas rápido. Entre ellas que escribo sobre el último libro de una persona querida, a la que suelo ver con una frecuencia no tan precisa. Si somos amigos, o no, pareciera un dato fuera de lugar; alcanza con decir lo dicho.
En segundo término anotar que a varios de los textos de este libro los conozco por distintas vías: la oral, que me ha dispensado su autor, y la mítica, que me han dado los lectores de primera mano de varias de estas crónicas. Incluso recuerdo haber leído cuando una de estas mismas crónicas fue finalista de un concurso organizado por la Fundación El Libro, sin que el autor me lo hubiese comentado.

Desde hace varios meses, y hasta podría decirse años, el periodismo mendocino sufre uno de los peores momentos de su rica historia. Todo es impreciso, también en este sentido, el histórico, a la hora de definir cuándo comenzó esta debacle que parece no tener un límite. Lo cierto es que no es demasiado lúcido afirmar que la crisis ha llegado a una de esas corporaciones tan poco autocríticas: el periodismo.

Increíble paradoja: la prensa mendocina suele abusar del tono moral, de la encíclica pretenciosa, de la opinión fraudulenta, pero jamás ese tono se vuelve hacia el emisor. Las culpas, las ignorancias, las atrocidades, las corruptelas, siempre están afuera, muy afuera, no sólo del que escribe, sino del que publica, lo que agrega mayor absurdo. Que nadie fuera de la corporación los desafíe, porque, en tal caso, los opuestos terminan actuando como los similares: abroquelados y al ataque del "enemigo" que osa cuestionar verdades reveladas, apocalípticas.

No hay nada que sea más disfrutable para la prensa local que denostar a los de afuera. Saludable práctica sería la de encontrarnos con editoriales menos cínicas o bien más honestas, directas y sin intereses a proteger. Tal vez haya llegado el momento de leer, oír y mirar en los medios de comunicación de provincias ciertas autocríticas. Sería un paso más en procura de consolidar una sociedad civil menos egoísta y más inteligente.

Y es en esta ruptura donde el libro de Roly López interviene, a su pesar o no, eso bien lo sabe el autor, en el panorama del periodismo hecho en Mendoza. Que nadie entienda cualquier cosa sino lo que se dice: este libro no marca un antes o un después en la historia del periodismo, sino que, a partir de su existencia, algunas cuestiones pueden ser revisadas. Ni para empeorar ni para mejorar al propio periodismo, sino para sumar calidad. Porque, y esto lo sabe cada vez más gente, uno de los problemas de los medios locales es la calidad. Ni siquiera hablar de estética, a la que algunos retorcidos podrían imaginar como manierismo.

La calidad de la información, por el contrario, no es presentar una mejor escenografía o rediseño, aspectos necesarios, claro, sino más bien que el asunto pasa por dotar de mayor profesionalismo el engranaje informativo.

Las crónicas de este libro en varios aspectos contribuyen a un mejor ejercicio profesional: en ellas existe información, la que provoca la atención del cronista o el periodista, pero también una mirada distinta sobre los hechos, a los que por lo general los medios mendocinos suelen cubrir con una parsimonia propia de finales del siglo XIX. Si algo no tiene este libro es ese aburrimiento indignante de los medios gráficos y digitales mendocinos.

En este sentido, el de la observación, la descripción y el humor en la escritura, es que la obra de Roly es incorruptible: se basta a sí misma para contar lo que sucedió, sin apremios de espacio, líneas editoriales, bajadas prepotentes de los burócratas.

Cuando los periodistas eran buenos profesionales los medios estaban repletos de notas como las que aquí se presentan, aunque estas hayan sufrido las correcciones propia que la distancia del tiempo les ofrece en el formato recopilación. ¿Por qué nos asombramos y festejamos un libro de crónicas periodísticas? Porque la mediocridad no parece dar respiro.

Bienvenidos estos libros a un paisaje tan chato al que le urge sembradío, una vez más, como enseña el desierto. Las semillas parecen ser buenas, pese a los administradores del riego, que suelen ver fantasmas e intereses en riesgo a la hora delo juego de la creatividad y el talento. El silencio que ha sufrido este libro desde su aparición no es más que otra muestra de nuestros días grises. Sin embargo, siempre alguien disfruta estas perversiones. Es a ellos que esta clase de textos molesta y perturba. Quizá deberíamos oficializar el destierro de los hombres grises del desierto. Al menos por un par de temporadas.

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