Kirchner, padre nuestro, hijos pródigos y prodigios


Una vez más pareciera que los argentinos hemos quedado sin padre. 
Somos en estas situaciones la evidencia del triunfo individual y gozamos la aventura de lo particular. Quizá por ello es que realzamos de modo directo a categoría de héroe, en medio de un mar de variedades antropofágicas, a todo aquel que triunfa, aquel que finalmente se impone. El que como todo buen padre se muestra ejemplar. 
Reitero que pareciera que precisamos un padre, una forma tutelar, incluso hasta para rebelarnos ante esa figura. Es como si alguien debiera adjudicarse el destino de millones para reemplazar al padre que no está más. 
Para bien o para lo peor, en la historia argentina siempre irrumpe un padre. 
La muerte de ellos, en todos los casos, nos deja como espectros, sacudidos, más ajenos y sin relato de la historia. Nos comemos la historia, tan antropófagos como solemos vivir entre nosotros mismos. 
Una lista de 5 o 6 nombres propios en la Argentina del siglo XIX hasta Néstor Kirchner sólo corrobora una identidad que, como sociedad, nos muestra paternalistas. Y entre hijos pródigos y prodigios pareciera situarse la expectativa de reemplazo cuando lo paterno desaparece o se evapora. 
Una curiosa sensación en los momentos de desasosiego general es que ninguno ha pedido nacer y vivir aquí, en Argentina. No importa los que utilizan camisetas o cantan el himno o tal o cual marcha. Serían gestos en la anécdota. 
La no pertenencia, el no asumir el aquí, el ahora, es lo que tal vez origina que podamos reclamarle al padre. Seríamos demandantes insatisfechos. Es que al fin somos independientes o más sojuzgados siempre en relación a ese padre: el que nos trajo, el que nos dio la vida, el que nos enseñó, al que le debemos todo. 
En ese sentido todo liderazgo argentino carece de sustento histórico: todo nuevo líder se impone con y gracias a su ética, su fe, su esperanza. Siempre llega con un flamante libro de la vida. Despliega sus mejores talentos, muere. Y sólo es reemplazado por otro padre, sólo nacido entre aquellos que quieren matar a su anterior padre. 
Hay países que, en perspectiva, se han construidos en base a ideas y ejecutores: coinciden los que hacen planos con los que los autorizan, los constructores reunidos con los agrimensores, los albañiles, los inversores, otros urbanistas. 
Hay otros países, como Argentina, que se construyen como esas casas familiares en las que todos ayudan al padre a que la levante, ladrillo por ladrillo. 
No hay mejor ni peor casa que la que uno quiere habitar. Es lo que suele decirse que es el destino. 
Así las cosas, la Argentina del tercer milenio continúa donde siempre estuvo: esperando al padre para levantar, allá en el fondo, una pared más.


Kirchner no es San Martín ni Perón, como se está encargando de comunicar o más bien manipular, un grupo de marketineros al comando de los dineros de todos los que pagan impuestos en la República Argentina. 
A pesar de los esfuerzos de la TV pública, a pesar de toda la emotividad y la innecesaria sensiblería, tan ostentosa como la que exhibía el menemismo en sus mejores épocas, Kirchner no es Perón. Y tampoco es San Martín. 
Quizá el dolor sólo pueda hacer comprender tanto comentario disparatado, tanta urgencia y necesidad por rendirse ante la evidencia de la muerte. En ese caso podría entenderse el esfuerzo, más bien el anhelo de encontrar y situar al fallecido ex presidente entre un listado de argentinos fuera de serie. 
Kirchner tampoco es el demonio rojo que suele ver la derecha precámbrica, innecesariamente rancia, tan poco comportada en modales, que anida en los andamiajes claves del mundo de las finanzas, la economía y los medios de comunicación. 
Kirchner, a pesar de lo que chimentan, tampoco ha sido el enemigo del pueblo argentino, no ha sido protagonista de tantas enormidades perjudiciales para Argentina, ni mucho menos un revolucionario del tercer milenio. 
Kirchner no es Perón, ni San Martín ni mucho menos el Che Guevara. 
Si algo existe, hoy, es la no existencia de Kirchner aunque sí un legado. 
Hoy es demasiado rápido para mensurar su contribución.

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