El desconocido libro de fotografías del siglo XIX sobre San Rafael
Este artículo es parte de la edición de diario Los Andes de Mendoza, hoy domingo. Cuenta la trama de una historia de un libro raro y desconocido, del que existen apenas un puñado de ejemplares. "Vistas de San Rafael", camino a joya bibliográfica.
En Mendoza ya existe un nuevo nombre, otra historia más por conocer, a partir de un libro misterioso y casi fantasmal, simple apenas en su título: “Vistas de San Rafael – Provincia de Mendoza”. Es un volumen con tantas fotografías, que apenas si hay una línea de texto, minimalista como el más actual, a lo largo de su recorrido. Ni siquiera se sabe con exactitud cuándo fue editado e impreso. El cálculo más “joven” lo hace añejo y complejo, como pocos vinos de guarda: por lo menos un siglo de existencia. El autor de las fotografías, allí donde se haya escondido, tuvo apellido, Caruana, y apenas dos letras, a modo de iniciales: “L.A.”.
Esta es una breve historia acerca de un fotógrafo fuera de catálogo, artífice de escenas extraordinarias, y por varias razones ineludible. "La invención de la fotografía hizo en el arte una revolución tan grande como la invención de los trenes en la industria", se ha dicho, con sobradas razones.
Hay apenas dos ejemplares de este libro de fotografías, texto de pulcro diseño y concepto gráfico que nada envidiaría a las mejores ediciones contemporáneas de libros de arte. Estos trabajos eran llamados “álbum”, la nomenclatura de la mayoría de estos testigos de la historia. Ambos ejemplares se encuentran entre distintas secciones de la Biblioteca San Martín, próximos a su restauración. Es un par, aquel, que se encuentra igual que aquellos parientes perdidos y olvidados, en formato televisivo. Existe un tercer ejemplar, aunque en manos de un coleccionista privado (nunca mejor aplicada la expresión “en manos de un coleccionista privado”). Y un cuarto, en la biblioteca del Museo de Historia Natural de San Rafael. Deben existir otros, pero tampoco demasiados otros ejemplares
, ya que por la técnica de impresión fotográfica empleada este texto no soportaba tiradas masivas.Es casi un compendio del no, de lo que aún no se ha hecho. En principio, no está clasificado en ningún sitio. No respalda estudios. No conoce la viralidad. No aparece en bibliografías. No se sabe nada sobre su autor. No ha sido motivo de consulta ni fuente de otras publicaciones. No hay rastros de la difusión de sus imágenes. Todo indica que no debería existir. Por eso la rareza de su carácter. Si aún conservamos textos editados en el Paraguay de la utopía jesuítica se debe en parte a que las buenas impresiones rechazan el paso del tiempo. Menos antiguo, este libro del siglo XIX se conserva en muy buen estado, no tanto sus tapas como sí los interiores. Contiene 50 fotografías de distintos puntos de San Rafael: Colonia Francesa, Cuadro Bombal, Cuadro Benegas, Cuadro Nacional, El Nihuil, Los Molles.
En esta historia fantasmal de “Vistas de San Rafael” hay, claro, siempre una versión que contradice a una posterior. No podía esperarse menos. Este álbum es citado en otro libro, dedicado a otro fotógrafo extraordinario, Juan Pi, aquel viajero suizo que cautivado por la luz de San Rafael sentó allí sus petates. Esta fuente lo destina como impreso en 1889, en Alemania. La información –escasa, como no podía esperarse menos- surgida del texto lo ubica sin referencias, sólo que ha sido editado por la Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, instalada en Buenos Aires.
Esta fue vital en la producción y difusión de iconografía del Río de la Plata, a finales del siglo XIX. Sus trabajos se extendieron a Uruguay y Paraguay, por lo menos. El edificio donde se instaló en Buenos Aires fue exponente de la arquitectura funcional inglesa. En 1889 se levantó esta empresa, en la misma manzana de la Casa de Moneda, acaso como anexo de las impresoras de billetes. Aseguran que su primer nombre fue Imprenta Stiller y Laass. Cierto es que la Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, en Buenos Aires, fue el lugar donde se emitieron los primeros billetes que circularon en el país. Logros pioneros para una empresa ídem.
La Compañía poseía una sección, de artistas excepcionales en distintas especialidades, como servicio extra a su misión de existir, es decir, imprimir. Otro suizo en esta historia, Guillermo Godofredo Nuesch, formado en la Academia de Artes de Bienne (Francia), había sido contratado por su “expertise” en Grabado. Suyas son varias obras, entre ellas sellos postales, billetes de banco, títulos, acciones, sellos fiscales e ilustraciones para libros. Se ignora la causa por la que Nuesch firmaba sus grabados apenas con discretísima “N”. El jefe del suizo era el español Arturo Nemesio Eusevi, director artístico de la Compañía. Era de la provincia de Cáceres y arribó a Buenos Aires en 1888. Intervino en la fundación de las revistas Caras y Caretas, Sucesos de la Semana, Fray Mocho, P.B.T., el Almanaque Peuser, los diarios La Prensa y La Nación.
Estos agregados sobre algunos de los hombres que integraban la editorial refuerzan una teoría no tan romántica: “artistas discretos al servicio de productos notables”. Teoría en la cual bien podría cuadrar la absoluta falta de información que rodea la edición de “Vistas de San Rafael”. Poco contribuye el nombre del autor, que aparece en la primera hoja del libro, en formato sello: “Gira artística. L. A. Caruana. Fotógrafo”. El reserva un misterio por delante, pues no existen hasta el momento antecedentes de trabajos similares suyos, ni aquí, ni en el país ni en la internet monitoreada de China.
Otra teoría se desprende: Caruana, el apellido, al que ni siquiera le completaron el nombre sino a través de iniciales, podría ser un seudónimo. Acaso se trata del trabajo de otro fotógrafo que, a cambio de dinero, realizó la labor sin revelar su identidad. Podría sospecharse, por la clase de fotografías, por las tomas, la producción requerida para lograr el objetivo de estas escenas, que el misterioso fotógrafo calzaría a la perfección con un portugués, a veces errante.
José Christiano de Freitas Henriques Junior es más conocido por Christiano Junior. Es unánime: fue uno de los fotógrafos importantes de Argentina en el siglo XIX. De Portugal emigró a Brasil en 1855. Una década más tarde se mudaría a Buenos Aires, con su familia, y en 1867 abriría su primer estudio de fotografía (Florida 150). Es dueño de varios próceres posando para él: Sarmiento, Alsina, Lucio V. Mansilla, Sáenz Peña. La producción de Junior es colosal: 4 mil fotografías, sólo entre 1873 y 1875. Llegó a ser socio y directivo de la Sociedad Rural Argentina.
Christiano Junior estuvo en Mendoza, en 1880. Quedó de su paso y estadía tomas a la Alameda, las ruinas de una ciudad devastada por el gran terremoto, los baños termales en Cacheuta. Pero nada se sabe, o se sabía, sobre alguna incursión suya al sur provincial. Tampoco queda claro por qué razón un artista de su prestigio iba a negar su firma para obras que, en ningún aspecto, podrían ser consideradas menores o vergonzantes.
Lo que sí se sabe sobre las incursiones de Christiano Junior por la Argentina profunda es que proyectaba realizar un “Album de vistas y costumbres de la República Argentina desde el Atlántico a los Andes”. Y también se sabe que llegó a Mendoza con ese plan de producción. Para costear sus periplos vendió en 1878 su estudio porteño a la sociedad Witcomb & Mackern. Todo era lícito para su épica fotográfica. Así recorrió buena parte del país, a lo largo de 4 años: Santa Fe, Córdoba, Mendoza, San Luis, San Juan, Santiago del Estero, Catamarca, Tucumán, Salta y Jujuy. Según registros históricos, Christiano Junior abandonó la fotografía en 1883, “dejando inconcluso su gran proyecto fotográfico, aún así, extraordinario y único en el contexto de la fotografía argentina y latinoamericana”. Fallecería en la América Latina no menos profunda: Asunción, 1902. O en alguna ribera del Paraguay. No se sabe muy bien del todo.
En este punto, más misterio, ya que si “Vistas de San Rafael” fue editado en Alemania, en 1889, Christiano ya había suspendido toda actividad. Y si el libro hubiera sido editado efectivamente en Buenos Aires no parece lógico que esas obras hayan necesitado de un seudónimo para ver la luz. Si hubiera sido un trabajo por encargo, tampoco parece razonable colocar el nombre de un fotógrafo ignoto, ya que lo más fácil era imprimirlo hasta sin crédito alguno.
Si hubiera que resumir algunos de los méritos de “Vistas de San Rafael” se diría porqué es preciso apurar, como mínimo, su reproducción facsímil:
Es un libro de fotografías de los llamados raros, inhallables, inconseguibles, a la deriva y parte del olvido. Su conservación como fuente de estudio y valor patrimonial es impostergable.
Estamos frente a un documento de época, a saber: registros sobre la colonización de San Rafael (que aparece en su primera denominación, Colonia Francesa), desfile y despliegue de los propios pioneros en locaciones naturales o bien en sus dominios. Este seleccionado de personas involucradas comprende a hombres claves del desarrollo de Mendoza, desde los franceses Julio Ballofet y Rodolfo Iselin, a los criollos Domingo Bombal y Tiburcio Benegas (ambos ex gobernadores), sin omitir a otros comerciantes y bodegueros y empresarios de la región.
Es una síntesis estética, del más estricto naturalismo, aunque en la mayoría de las escenas hay vocación escenográfica de parte del autor, acompañado por la épica del desierto, las panorámicas de valles, saltos de ríos, es decir, la naturaleza a vuelo de pájaro y a escala humana. Pero monumental. Como apunta Naomi Rosenblum en “A World History of Photography”, la “fotografía, a diferencia de la historiografía clásica, es un medio de reproducción sincrónica con el momento del suceso. Es lo que le otorgará su estatus de prueba irrefutable: la cámara y el fotógrafo no pueden mentir, estaban allí”.
Y acaso su mayor valor: desconocemos casi todo acerca del libro, y, a cambio, su generosidad es desbordante y no oxida. Es que puede también leerse como registro histórico, documento iconográfico. En todos los casos se trata de un legado inconmensurable. Estos términos se emplean al hablar de joyas bibliográficas. Si éste ejemplar no es una de esas joyas, le sobra carácter y actitud para convertirse en collar para cualquier ocasión.
En gesto técnico, el presente debería preservar fuentes del pasado, recuperarlos y devolverlos a los circuitos masivos de lectura, en razón de tratarse de una fuente insustituible, un mosaico político, social y cultural como existen pocos en registros oficiales de Mendoza, y más exactamente de San Rafael. “Vistas…” es un espectáculo, casi un show me (a su modo), tanto por las destrezas artísticas, su grito estético, como por su destino documental, que lo incorpora al estudio historiográfico. L.A. Caruana ha pasado a convertirse en una de las figuritas difíciles.
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