William Burroughs en su centenario, balada para un loco

William S. Burroughs hoy cumpliría 100 años. Su tumba está en algún rincón del Bellefontaine Cemetery, allí donde nació, en St. Louis City, Estado de Missouri.
Burroughs está indicándole a Philip Seymour Hoffman cómo se organizan las cosas, desde ahora. 
Allá hay una mesa de póker, le dice el viejo. En el otro rincón están los que buscan las instrucciones en la Divina Comedia. Y muchos se van de vacaciones, le dice, al infierno, pero siempre terminan regresando.
Ahora somos pocos, explica Burroughs. 
Philip Seymour Hoffman lo mira, quizá un poco sorprendido. 
Y el viejo lobo de mar retruca: "¿Vos pensas que acá no vemos Breaking Bad?".
William Burroughs le pasa un papel a Philip Seymour Hoffman, haciéndose el distraído, como si nadie lo viera. 
El actor lo lee. Es un número de teléfono. Una serie  casi interminable. 
"Es el móvil de Amy Winehouse", le explica Burroughs. Y hace caer uno de sus párpados. 
Por primera vez se ríe Philip Seymour Hoffman.
"Así empezamos la Generación Beat, a las risas", dice Burroughs.
Y Philip Seymour Hoffman recuerda alguna frase de Truman Capote, que repite, mientras se guarda el papel en uno de los bolsillos de la camisa, bien dobladito, con extrema prolijidad. Ni siquiera la muerte puede con la tentación.
"Los vicios no son del cuerpo", le canta William Burroughs. 
Y se va, hasta desaparecer en la bruma, como si una nube lo tragara.
Philip Seymour Hoffman se aboca a su única preocupación en este mar inmortal: conseguir que alguien le preste un teléfono celular.


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