Mensaje en una botella para mi suegra

“Estaba deleitándome con un vino de Navarra cuando sonó el teléfono. Me pasó el inalámbrico y me dijo: es mi madre. Dice que ha encontrado una botella con un mensaje tuyo… “

Entonces, medité: ¿le envié aquello que no era para ella y aquello, que sí era para Ella, fue a parar a mi suegra? Cuando bebo suele equivocar mis movimientos. Es mi carácter expansivo, que vira hacia lo generoso, y, bajo ese entusiasmo jolgorio, puedo equivocar el rumbo y hasta el destino.

Si le pregunto a mi mujer qué le pregunte a su madre tal vez no sea un único problema, sino dos.

Si le pregunto a Ella podría resolver la encrucijada. Pero Ella salió de viaje. Por eso le envié la botella con ese maldito mensaje. Odio el mensaje. En vez de un gesto amoroso podría ser mi ruina. En un simple movimiento todo podría estallar, como en una guerra.

El mensaje para Ella estaba destinado a una gran estadía en Penedés para disfrutar del Vijazz. Decía allí: “Mirarte enceguece y olerte embriaga mi virtud”.

El mensaje de la botella que mandé a mi suegra: “Para festejar con su hija. No lo olvide, madre postiza”.

Si todo salió mal, en el peor de los casos, mi vida quedaría en los siguientes términos: mi suegra diría que estoy en un mal momento, lo compartiría con mi esposa, y eso podría ser un largo proceso de discusiones. Sin embargo, lo peor en este caso sería que me quedaría sin Ella, angustiada por hablarle de una hija que no existe y que suele ser un punto de fracaso en su vida, aunque lo peor, para Ella, es que pueda atreverme a llamarle “madre postiza”.

Las botellas saben más de mí que yo de ellas.

-Dice que ha encontrado una botella con un mensaje tuyo- repite mi esposa.

No sabía qué contestarle. Me hice un poco más el distraído. Y respondí:

-Debe ser obra de un borracho. No tiene importancia- dije.

Y mi esposa continuó la conversación con su madre, como si nada.

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