Argentina ya ganó
El clima en Argentina, eso llamado humor social, es casi el óptimo. Pese a los contrastes. El país parece consolidar su perfil de nación de contrastes, en un aspecto en el cual la única variante es la realidad económica. Pero no importa tanto, hoy, si millones de argentinos sin posibilidades de acceso a salud, educación o vivienda o alimentos, asisten por TV a otros pocos miles que pagan hasta lo indecible por una entrada para presenciar la final de la Copa del Mundo. Hoy no importa. Cada argentino hará la fiesta que puede y luego lo festejará. Será lo más democrático en años.
Es que Argentina ya ganó. Y ese es un merecimiento impresionante.
Cierta clase de concordia recorre el país, un ánimo colectivo que apenas el fútbol consigue entregarle a la historia de Argentina. Es raro como un simple juego deportivo influye y exhibe la pasión de un conglomerado social que desde hace una década rumbea entre el cielo y el infierno, los vicios y las virtudes, el negro o lo blanco, el todo o la nada.
Las dicotomías argentinas por un rato pierden vigencia. Quedan aletargadas. Lo indispensable abre el corazón de la pasión: los argentinos parecen tener, al fin, algo para festejar, aunque sea través del fútbol. Porque si algo queda claro en estas celebraciones es que el país triunfa. O que al menos aquí se entiende el triunfo de ese modo.
El máximo torneo de fútbol en el país es un rejuntado de voluntades y negocios, que lo hacen una liga deportiva de escaso brillo, creciente centro de violencia y nido de corrupción, como en pocos ámbitos sucede con tantas evidencias.
De lo deportivo se podrá discutir, según lo que se entienda por buen juego y emoción. Podría ser una discusión bizantina. Y hasta de las menos interesantes.
Lo cierto es que el fútbol en Argentina tiene un patrón, un mandamás, con un estilo de conducción al que todos los involucrados critican pero nadie modifica. Pareciera que criticar a Julio Grondona es hasta políticamente correcto, tanto como aceptar sus fraudes, arbitrariedades y antiquísimos métodos de liderazgo. El fútbol argentino reclama una modernización, aunque más no sea para no morir de viejo. Ningún resultado deportivo debería obviar que la presencia de Grondona al frente de la AFA es anacrónica, senil y más perjudicial que ventajosa. ¿O será que los argentinos, a cambio de triunfar en alguna cosa, aceptan el sapo dragón dinosaurio que se les ponga en frente? Quizá el mayor culpable de tanto desatino en la AFA no sea el propio Grondona, sino varios muchos más.
El Estado en Argentina, desde hace 10 años, transformó la matriz productiva, la naturaleza de la economía. Ni se discutirá si fue un error, para no herir a nadie. Pero lo que surge como incuestionable es que los resultados de estos cambios no trajeron nada muy sensual para la historia de una nación que gira alrededor de un tango que marea y embriaga a la fuerza. Es un ritmo impuesto que siempre bailan unos pocos, con la esperanza de muchos, pero que, al final, termina siendo de muchos menos que unos pocos.
El fútbol argentino también fue flanco de las intervenciones estatales. Y de ese modo asistimos a un show bastante impúdico de utilización de dinero público. Millonaria inversión en manos de unos pocos para darle un marco más “democrático e igualitario”, a lo que finalmente no es ni una cosa ni la otra, sino un simple negocio. Es larga la tradición de políticas de Estado que inspiran las fortunas de funcionarios públicos. Ejemplos de distintas épocas, de distintos partidos políticos, hasta llegar al actual. ¿Qué festejaremos cuando el vicepresidente Boudou sea juzgado por una serie de conductas corruptas? ¿Cuál será la victoria, en caso que Boudou sea condenado y haga uso público del sistema carcelario? ¿Habrá banderas o remeras de votantes con consignas, al estilo “Perdón, Argentina, yo voté aBoudou?”. Argentina ya ganó, insisto.
Sin hacer una valoración sobre las cualidades técnicas de Alejandro Sabella, resulta determinante que algunos valores sean puestos de relieve. Los edificantes, como en cualquier construcción sólida. Me impresionó escuchar sus ideas cuando le preguntaron por Alemania. La calificó de potencia y resaltó su organización, en la que apuestan al trabajo en equipo a mediano y largo plazo para obtener resultados positivos. Sin darse cuenta (o sí) estaba diciendo que eso es lo que necesitamos aquí, más allá de cualquier resultado ocasional. Sea favorable o negativo.
La selección argentina viene “ganando” mundiales desde hace 24 años, por lo menos. Hemos inventado un relato delirante, lleno de suspicacias, paranoias, para justificar que no hemos ganado nada de lo que supuestamente teníamos ya ganado. El relato, caprichoso, infantil, se ha basado en el simple hecho de pensar que éramos los mejores, los insuperables, los verdaderos campeones. Desde la última final contra Alemania en 1990, en el cual el equipo nacional parecía más un pelotón en franca retirada, hasta la efedrina de Maradona, la eliminación temprana del seleccionado de Bielsa, y la incursión improductiva de Maradona como técnico. Es una larga lista de relatitos dentro del relato "aceptado". Siempre hemos apelado a un relato del yo encriptado para explicarnos que, siendo lo mejores, no nos dejan serlo, nos lo prohíben, nos temen. De allí el mérito de Sabella. Y la importancia de su impronta en esta tradición de estirpe profunda en el fútbol. El lunes se retira de la conducción, sea cual sea el resultado. ¿No es hora que esta conducta esté en boca de nuestros políticos? ¿No es momento para reflexionar, desde aquel “que se vayan todos”, a este “la chorean todos”? ¿Qui{en aquí está dispuesto a trabajar para ser el mejor y no simplemente decirlo y pavonearse como Narciso, hasta romperse la nariz en el espejo?
Argentina ya ganó.
Siempre se aprende en las victorias, aunque en las derrotas mucho más.
Se avizora una esperanza argentina, modelo siglo XXI.
No hay mal que dure 100 años, ni tampoco mundial de fútbol.
Argentina ya ganó.
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