El día que Roby fue gobernador fue alucinante

Fue un día de 15 minutos, pero una pesadilla. La gente creyó que era real. Y esa fue la peor pesadilla. 

Los pájaros heridos hacían colas en los hospitales. Cuando eran atendidos, dos días después, les decían que no había insumos, que debían esperar que el paro pasase, que los estudios llegasen. Y cuando los pájaros heridos agonizaban, por lo bajo, les recomendaban que debían ir a una clínica privada, si querían tener alguna chance.

En la clínica privada los atendían, pero la prioridad eran los jugadores de rugby y las mujeres sin senos. O sea, las mujeres tenían dos senos, pero creían que no tenían, y entonces querían que esos dos senos de la Pachamama fuesen como cuatro, o, mejor, media docena de melones de Lavalle. Cristalinos y dulces.

Los pájaros heridos, entonces, se iban agolpando en la salas LED de la medicina privada. Privada hasta en el sentido de la dignidad, es decir, mendigaban, llamaban a un contacto, se dedicaban al lobby. Y ya sabemos que a los animales el lobby les va como la mierda. Por lo menos en la Argentina.

Y los pájaros heridos morían, sin puta canción, sin nada memorable. Morían por la lógica del capitalismo de provincias: no conoces a nadie, no te recomienda nadie, sos nadie. Y te vamos a llorar porque contratamos a unas viejas de Rodeo de la Cruz, que están al pedo, que van a la iglesia de los evangelistas, pero que ante la aparición de un chelín, te lloran hasta la concha de su madre.

Y así fue que el cielo se hizo un paraíso de perdedores: nadie volaba, nadie cantaba, nada se podía estudiar. El cielo con la gobernación de Roby era un natatorio: nada de nada, nadar en la nada. Nadaban para atrás, como esos viejos que se enganchan con pendejas creyendo que se hacen pendejos al instante. Nadie había leído “Lolita”. Nadie había leído ni siquiera el horóscopo en la era Roby.

En la gobernación de Roby los viejos siempre creían que eran pendejos y las pendejas siempre se creían con experiencia. Y el cielo, de pájaros heridos, más muertos que heridos, les devolvía, al final, la realidad: los viejos eran unos pelotudos que no sabían categorizar prostitutas, y las pendejas eran prostitutas que se hacían las pendejas con experiencia. En el mejor de los casos, la gobernación de Roby era una confusión.

El día que gobernó Roby la gente quedó con la cabeza como una pelota de rugby. Y los que no, quedaron sin cabeza, decapitados, pero sin saberlo, descabezados, fuera del orden médico que regía las promesas electorales del doctorcito que calmaba el cáncer con aspirina.

Roby, cuando fue gobernador, fue echado por mala praxis. Era una especie de mantra que se repetía en la vida del reparador público. Pena por él y sus buenas intenciones. La sociedad no quería curarse, sino enfermarse, hasta pasar cualquier clase de límite. Roby quería curar y nadie sabía sabía si Roby quería curar o currar. Roby había sido ministro, había tenido el poder de la sanación, y en 10 minutos decía que tenía la solución mágica, la pócima del milagro. Y algunos le creían, no por la pócima, sino por el diezmo. Se decían dignos. Se los veía como mendicantes, como seres de rodillas nucleares que desafiaban la naturaleza del perdón cristiano. Eran, para el común de las personas, pusilánimes, chupa pijas a la distancia, o sea, pajeros incurables.

Cuando Roby fue gobernador las ambulancias quedaron mudas. Se quedaron sin alarma. Era tan perfecto ese sistema, el de la apariencia y el engaño, que no podían emitir sonido. Al final, ese día de la gobernación de Roby hasta las ambulancias fueron autistas. Y la gente de la izquierda creía que era eso una suerte de revolución. 

La revolución es sin recetario, sin medicación. La revolución nunca te da la razón, amigo. 

Supuse que era Evo Morales, pero no, era un pájaro herido. Era el epitafio de un pájaro herido. Y ya estaba muerto. Y no parecía casualidad que Roby fuera el gobernador. Y nada volaba, ni siquiera la conciencia, la inconsciencia ni los cheques, voladores, y flotadores, como los jabones. Y Roby era gobernador.

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