Laberintos, genocidio armenio y el insondable viaje de la Ale



1)

Hoy es el el Día del Libro, una fecha internacional que se celebra en todo el mundo. Nunca me olvido de esta efeméride (palabra horrible, si las hay), pues hace algunos años, este mismo día, participé de lo que nadie sabría que podríamos en algún momento concluir: un laberinto, en forma de libro abierto, homenaje a algunas especialidades de Jorge Luis Borges.

He escrito tanto del "maldito" laberinto, a esta altura, que sólo diré que, finalmente, un día quedó plantado, en una superficie de 90 por 60 metros, casi lo que ocupa una cancha de fútbol. Esta obra inmensa, desmesurada, épica, se encuentra en San Rafael. Y en breve Nacho Aldao encabezará una apertura pública, pese a que se realizan allí actividades desde que fue plantado el último de los casi 10 mil arbustos que se ordenaron según los criterios de un mago de la arquitectura sagrada, el diseñador inglés Randoll Coate.



2)

En los días previos a este nuevo Día del Libro he estado leyendo una novela que recorre el genocidio armenio, el primero del siglo XX, a manos de los turcos. Fue una guerra sangrienta, brutal, despareja, que pretendió el exterminio de una nación y de su gente. No sabía mucho sobre el genocidio armenio, salvo por algunas historias de una amiga, que me adentró en la formidable gastronomía del Ararat. Y lo más armenio que hice en Buenos Aires, donde entonces vivía, era nadar en el club, pensando que alguna vez me encontraría con Fogwill. Nunca supe si iba a ser capaz de hablarle, en caso de verlo, o de ahogarlo, aprovechando la muy concurrida pileta del Club Armenio.

La novela que estoy leyendo es de una suavidad tan sospechosa que me inquieta. Es una nieta que reconstruye la historia de su abuela, sobreviviente del horror del ejército turco otomano. Su título es "Tres manzanas cayeron del cielo". La autora es saudita pero con licenciatura en Berkeley, California, y un Master en Bellas Artes. Con ella recorro la intimidad del hamam, intuyo lo sabroso de una mermelada de pétalos de rosa y, al mismo tiempo, no termino de comprender la fiereza, la animalidad, la locura naturalizada, de unos turcos crueles, egoístas y fascinerosos. Supongo que la gente mala tiene más miedos que seguridad. Acaso sea una idea estúpida, acaso sea tanto el miedo que no pueden ser buenos.

Si algo hay de incorrecto en medio del furor televisivo que ha provocado la adaptación de la clásica novela, "Las mil y una noches" (que, por otra parte, es un texto tremendo, fundamental), es pensar que estos tipos hace un siglo quisieron exterminar un gentilicio. Lo armenio, el factor armenio, fue la causa de una ira despiadada.

"Los perros que se pelean contra ellos,

se unen contra los lobos"

(proverbio armenio)



3)

Conozco a Alejandra Berman desde que ella era adolescente. Soy amigo de su madre. No alcanzo a comprender el dolor de perder a un hijo. Eso es lo que sucedió en un fatal accidente: Ale salía como todos los días de regreso a la ciudad, desde el Valle de Uco.

Cuando la conocí era una adolescente plena, hace 15 años, mínimo. Me peleaba siempre, sin razón, o con razón. Me trataba pésimo y supongo que me habrá llamado con algún apelativo del tipo "el boludo que llama a mi mamá para organizar un asado", "el pesado que invita a mi mamá a una muestra", "el imbancable del Mauricio".

Hace unos meses la volví a encontrar, face to face. Charlamos bastante. Tuvimos un almuerzo maravilloso y muy íntimo, frente a la cordillera de Los Andes y en medio de los viñedos de Casa de Uco. Obviamente que hablamos de esa época en que yo le parecia insoportable, imbancable y todos lo in del mundo atómico. Nos reímos mucho ese mediodía que se hizo siesta y un poco más. Me contó de lo que había sido su vida desde entonces. También de su presente. De su pareja. De viajes y ciudades. De vinos y licores.

Todo esto se lo conté a su madre, apenas pude. Mi amiga estaba orgullosa de ella. Y se reía porque ya habíamos pasado la barrera del "Mauricio insoportable". Ale también conoció historias de otro genocidio, el alemán contra el pueblo judío. Llevaba una estrella de David en su cuello, tan delicada como su piel y su tono de charla.

Me entristece mucho tener que hablar de ella y no hablar con ella. Pensamos en hacer algunas cosas juntos, delirantes, no sé, todavía, Qué carajo importa. Durante todo el día Ale ha estado conmigo, en lo profundo del corazón. Intenté llamar a su madre, para darle pésame, pero no tuve el coraje. 

Lloro mientras escribo esta parte. Es una forma de recordarla, con mucha pena por lo que perdimos, con mucha tristeza por lo que se trastoca en un segundo. 

Por suerte, antes de despedirme de ella la última vez, le dije que la quería mucho. Y que la quería desde que la había conocido, pese a no ser recíproco. Y nos volvimos a reír. Quedaron invitaciones pendientes. Y supongo que nada, ni lo mejor ni lo peor, sucede en vano. 

Es el destino insondable. 

Y la tristeza de la ausencia pasará, para convertirse en una de esas presencias intensas que ofrece a veces la vida. Ale murió, como también aquel que motorizó la idea de construir el libro más grande del mundo, abierto al universo, en San Rafael.

Recordarlos en paz y felices. Los buenos suelen irse antes.

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