El día de las madres, Kuyi


La madre es la medida de las cosas. En cualquier baraja que te haya tocado. Es imposible describir esa bomba nuclear que te da la vida. Es una pulsión descomunal. Dadoras de supervivencia, amor y gracia. No sé qué dirán los poetas. Y los envidio más que nunca. Es muy difícil escribir con precisión sobre asuntos importantes.

Mi vieja es una épica, sino, no sería madre. Me contagió la hazaña y hemos mitigado el inconveniente de haber nacido, ambos. La vamos llevando más que aceptable. 

En un fin de año de hace muchísimos años, estando muy lejos de ella y de todos, supe que nada era tan vano como alejarse de la madre de uno. A veces el destino es un olor de ella, algunas palabras oídas o soñadas, el brillo de sus ojos, la terquedad en sus ánimos. Nunca dejé de quererla pero aprendí a hacerlo, más allá del instinto. 

Nos sale y no nos sale, como todo lo que está por encima de la especulación o la mentira.

Me gusta ser su hijo. No podría tener otra madre. No estoy tan seguro que ella siempre esté cómoda con este hijo que echó a rodar. Todo se aprende. Y a menos que uno sea un necio ese ejercicio es parte de esta Gran Aventura.

Mi madre ya no cocina ni se dedica a ninguna labor doméstica. A su manera, vuela, levita, pasea, va y viene. Y es imposible no recordar la escena de la película de Woody Allen en que la madre se aparece tan gigante con sus comentarios que cubre todo el cielo de Nueva York. Judía o no, la madre es también eso: la presencia invisible, la voz que joroba, el reflejo que acecha.

La película que recuerdo es una de las tres que componen "Historias de Nueva York". En este caso, se trata de un abogado. Y bien merecido tienen los abogados que las madres desaparezcan y se conviertan en seres pesadillescos (para más referencia el capítulo se llama -y cómo no se iba a llamar así- "Edipo reprimido".

Hay muchas cosas de ella que envidio. Su energía, su carcajada, el humor negro, la sensibilidad, la manera en que evade los dolores. Son gestos o escenas de la gran película que me han sido negados. Algún día diré que intenté apaciguar la envidia para ser un poco como ella. Lo digo más que en serio.

Quiero a mi mamá en ocasiones simples. Es un querer sellado a modo de pacto de sangre. La disfruto más de lo que imagino y de lo que ella también podría pensar. 

Entiendo que el mundo será bastante más miserable sin ella. Tengo el miedo elemental de hijo, el de no tenerla nunca más. 

Ella sabe que yo sé que ella sabe.

Ella sabe todo. Es mamá.

Le decimos Kuyi, pero la queremos en todos los nombres, idiomas y colores.

Ella sabe. Mejor que nadie.

Comentarios

Kuyi ha dicho que…
Solo un hijo adorable y bna gente puede hacer un regalo a su mamá tan especial y único ..graciasssss....graciassssss hijo querido ..te amo entrañable mente y le agradezco a Dios el regalo k me hizo Dios ... ser mamá de un ser humano excepcional llamado mauricio ....graciasssss nuevamente ...TE AMO....siempre cn voz tu mamá KUYI.....

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