Kevin Spacey y el cura Maicol, pisadores de palitos en una selva abarrotada de tramposos
Por Mauricio Runno
Kevin Spacey por estas horas ha sido más protagonista del rumor global que el propio presidente de Estados Unidos al que supo encarnar. Trump debe estar más que agradecido por salir de escena al menos durante un rato. Lo sucedido alrededor de Kevin Spacey, más allá de una confesión que nada cambia -excepto para fanáticos de la homosexualidad y fanáticos, en general- pasa muy por encima un dato que nadie desmiente: la empresa Media Rights Capital ya tenía entre sus planes la suspensión de la exitosa serie "House of Cards". Y Netflix ya había dicho que la temporada 6 sería la última. Nada pudo venirles mejor que un hecho desempolvado con cierto halo de sospecha y casualidad.
"Media Rights Cards y Netflix han decidido suspender la producción de la Temporada 6 de House of Cards, hasta nuevo aviso, para darse un tiempo para revisar la situación actual y abordar cualquier inquietud de nuestro reparto y equipo". En síntesis: ponele.
Vanity Fair aseguró que la ahora suspendida serie -en forma indefinida- pensaba comenzar, en su sexta temporada, con un Frank Underwood muerto en un episodio confuso. "Su esposa organiza un asesinato, que se reserva el doble propósito de preservar su legado y detener el derrame de sus secretos oscuros delante del dominio público". Especulan, en el artículo publicado ayer, que "sería una forma semi-elegante para que el programa se deshaga de la problemática Spacey y también le daría a la serie una sacudida de acción muy necesaria".
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Que Kevin Spacey fuese acusado de acoso sexual en contra de un menor de edad, hace alrededor de 30 años, es motivo de sospecha en un contexto en el que apenas se necesitaba de un traspié para que la trampa funcionara. Porque, en el caso que fuese efectivamente cierta la denuncia y hasta el propio actor así lo hizo saber: ¿cuál es hoy su efecto? ¿se equipara el daño causado hace 30 años? ¿se hace carne aquello que será justicia, incluso tres décadas después? ¿cuál justicia, en todo caso?
Ya no es novedoso: transitamos la era de los tribunales mediáticos, la de antropófagos disimulados en veganos, la de tramposos al acecho. No importa si te llamas Kevin Spacey o el ex flamante párroco de Mendoza, Michael Belmont. Ellos, esas voces detrás del anonimato, ya dieron "su" veredicto. Me recuerdan a los que combaten a los oficialismos diciendo: "No sé de qué se trata, pero me opongo".
Mentir en la vida, como en Internet, está siendo un buen negocio por estos ejércitos de hombres y mujeres comunes, quienes se autodenominan "sin" voz. Y los "casos" de juzgamiento mediático suelen ir ordenándose a diario (faltaría que los clasificaran alfabéticamente), para siempre poder ofrecer un periodismo de medio pelo, a cambio de una insólita avalancha de clics, que es el dios pagano de los días que corren. En este sentido, la aldea global enumerada por Marshal McLuhan todavía no pasa del cotorreo de peluquería barrial.
Antes de referirme a Michael Belmont, el cura que dejó de serlo hace unas semanas para abrazar el amor y para ello tuvo que prácticamente huír (no sólo de su parroquia en una barriada excelsa en necesidades, sino de Mendoza), un par de datos sobre el caso Spacey. Información, como dicen ahora, y no opinión.
Media Rights Capital, la productora asociada con Netflix, es la "inventora" de la serie "House of Cards". Se sabe que, en verdad, y con el mismo título, los ingleses la hicieron primero. Más reducida y mejor condensada, a su estilo. Cuando MRC tuvo la primera temporada en mano proponía su venta para exhibición a HBO, Showtime y AMC. Al mismo tiempo que pensaron que "tal vez Netflix quiera derechos de segunda vuelta para el programa, una vez que haya sido transmitido por televisión". Finalmente Netflix la acaparó para su negocio, pues había medido que "había un apetito por los thrillers políticos, así como por las películas de Fincher y Spacey. Además, el original "House of Cards" fue popular entre los suscriptores".
Los entrecomillados corresponden a Modi Wiczyk, co-fundador de Media Rights. "Hubo una subasta de una semana, con un grupo de diferentes redes interesadas", dijo. "Netflix, sin embargo, salió de la nada...". Y destaca que hubo otro valor al asociarse con Netflix. "Lo que 'The Shield' fue para FX, y 'Mad Men' para AMC, y 'The Sopranos' para HBO, podríamos serlo con Netflix. Si te conviertes en una serie que se entrelaza con la identidad de una red es excelente. Esa es una preciosa propiedad inmobiliaria. Así que aprovechamos la oportunidad y funcionó de manera sorprendente".
Tan sorprendente como el final, Modi Wiczyk. Tan perfecto que hasta la trampa se ha perdido en el camuflaje. Una última sobre Modi Wiczyk y su bochornoso rol en la adaptación de la saga de Stephen King: Así fue el desastroso rodaje de ‘La Torre Oscura’.
Hice su primer reportaje en una tarde en la que recobré esperanza en el género. Hacía calor. |
Ya ni sé cuándo sucedió que conocí a Michael Belmont, en una iglesia del Campo Papa. Michael ya era Maicol desde mucho tiempo atrás. Y conducía un movimiento de solidaridad y trabajo arduo entre los más necesitados, dentro de una zona de Godoy Cruz en la cual no hay pan, paz ni mucho menos trabajo. A todo esto se enfrentaba el curita, día a día.
Era tan desconocido, en ese entonces, cuando hice la primera nota que hubo sobre él, que entrabas a Internet para rastrearlo y lo único que encontrabas era una foto con el presidente Macri. Y un par de links recibiendo ayuda de la ministra Stanley.
Hoy Michael Belmont o el cura Maicol es motivo de discusión dentro de una sociedad cavernícola como la de Mendoza. No fue por su apego a los más urgidos, a los desprotegidos o los fuera de la rueda de la fortuna. Tampoco por su tesón en la construcción de emprendimientos para jóvenes sin trabajo ni oficio. Ni por sus palabras en sus misas. Nada de eso tiene tantos clicks como un escándalo alrededor suyo. Nada más fácil que opinar sobre la vida de los otros, en este desierto gélido y primitivo, para no ocuparse de la propia.
Maicol era un tipo extremadamente misericordioso. Una gran persona movilizado por valores humanos excepcionales. A tanto llegó que, como toda persona inteligente, se permite la duda. Siempre hay que desconfiar de los que dicen ser personas simples y de convicciones fuertes: son los peores mentirosos y los que hacen más trampas.
La duda pudo con este tipo que llevaba la rigurosa vida del celibato, en consonancia con las reglas de la institución religiosa. Y no hizo trampas: escogió la vida del amor terrenal para abandonar los hábitos. El "periodismo" vendedor de morbosidad salió al acecho, a la búsqueda de excremento allí donde un tipo apenas cultivó esperanza, ya que excremento es lo que sobraba.
Maicol debió escapar -y lo bien que hizo- de los carroñeros en Mendoza. Y tan suave como era, tan a destiempo del común, dejó una carta. “Primero deseo expresarles que mi corazón está lleno de agradecimiento a cada uno de ustedes y por todo lo vivido juntos. He sido muy feliz con ustedes y los llevaré siempre en mi corazón. He tomado la decisión de armar un proyecto de vida de familia, seguir juntos con ella a Jesús y, desde la familia seguir ayudando a los más pobres”.
"Quiero agradecerles profundamente la mirada comprensiva y misericordiosa que han tenido conmigo estos días. También les pido perdón por el dolor y en algunos, el enojo, que puedo haber causado por mi decisión”.
¿Qué discute la sociedad mendocina? Al igual que su gobierno, sus legisladores, sus jueces y sus empresarios, la discusión está puesta en el sexo de los ángeles. Nada más decadente, nada más perimido y hasta inconducente. Así somos en este desierto. Gélido y primitivo. Es lo que hay, amigos.
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