Murió el actor Pablo Cedrón, casi salido de la ficción de Antonio Di Benedetto


Por Mauricio Runno

A Pablo Cedrón le cabe el epitafio de otro exquisito artista de artistas: "Aquí yace Molière, el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace bien".

Las calidades artísticas suelen ser mejor cuando son reconocidas en vida. Y Cedrón supo algo de esas mieles, pero lo lateral, las diagonales, en apariencia, eran parte de su camino.

Pablo Cedrón comenzó en "De la cabeza" y "Cha cha chá", aquellas estudiantinas, mucho más heavy que la de nuestras escuelas y, pienso, más formativas, a su particular modo y maneras. Luego fue como un habitué creativo en los programas de Nicolás Repetto, mientras ya surcaba el teatro off porteño.

Definitivamente seguí sus papeles en el cine, como en la para mí genialísima "Felicidades". Pero llegó a la cúspide, en mi opinión, cuando encarnó al gaucho roto y extremo del cuento de Antonio Di Benedetto, "Aballay". En ese protagónico Pablo Cedrón me hizo pensar que todo lo bien que me caía era poquísimo al lado de su trabajo en una película que parecía su vida, una versión que le caía tan adecuada que prejuzgo no debe haberle supuesto grandes desafíos actorales (o quizá por eso, los más duros).

Los mejores van muriendo, amigos. Suelen hacerlo antes que los peores. Menos es más, supondríamos, pero nada hay que dar por sentado en esta jungla de miedosos. En la entrevista reciente inserta al final, Pablo Cedrón cuenta su vida profunda, su delirio, pese a no regalar ni siquiera una risa ante tanta ironía suya.

Aballay ha muerto. La culpa es de Pablo Cedrón. Se fue al galope por una llanura polvorienta que no deja seguirle el rastro, ya que tapa todo registro. Se fue con la soledad. Y habrá que buscar entre sus secretos para no sentirse tan solo delante de su partida. 

"Aballay" recurrió a una especie de subtítulo: "El hombre sin miedo". 

Nada más Cedrón.


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