Macri y Ginóbili, Maradona y Perón, dolor dolarizado

Macri y Ginóbili, Maradona y Perón, dolor dolarizado. Aburre muchísimo escribir sobre lo que sucede en Argentina. Prefiero bailar loops de Gilles Peterson o DJ Gatsby.



Por Mauricio Runno

Prefiero bailar los loops de Gilles Peterson o DJ Gatsby. En serio. Aquel que no se aburre en serio, tanto como aquel que finge que baila y así anda, ya puede irse de este texto. El mundo es anchísimo, amigos. Sigan en Instagram. Todo más que bien. Saludos cordiales.

Si alguna vez fue el Indio Solari el que contagió su verdad de canción de protesta, "violencia es mentir", no tan curioso resulta que en esta época sea un economista el que complementa la idea de la violencia.

Javier Milei es una voz emergente y a favor o en su contra es indudable que aporta ideas no tan frescas pero si vigorosas a la escena del debate, más allá del griterío tontolón que provocan temas secundarios o de nicho. El aborto es uno de ellos, en la cúspide de corrección política aún cuando sea ridículo estar en contra de un acto de la vida privada. Este o cualquiera.

Milei en estas horas insiste en cada aparición sobre el rol del Estado como ejecutor del monopolio de la violencia. Lo aplica para explicar la anormalidad de un Estado al que los argentinos han convertido en Sumo Pontífice. En boca de Milei y de lo que representa, la avanzada de un liberalismo integral, crítico pero inteligente en el juego del capitalismo, es una apuesta más audaz que la del cantor de protesta oficial pero que la va de de ultra marginal e ingenuo.

Solari es de los tantos cobradores seriales de cheques oficiales que hoy repiten vocablos como "ajuste". Es inaudito en su lógica que el Estado no valore su metier, que no lo pague al precio de cualquier multinacional.

Eso es el ajuste para muchos: una maldición de los millonarios, arquitectos del monopolio de la violencia estatal.




El ajuste es lo que le sigue al desajuste. Quizá un sádico se regodea en su patalogía. En tal caso, hasta para ser sádico hay que tener con qué. Quiero decir: a nadie en el poder le cae genial ajustar. Pero sí a millones les fascina el desajuste, la fiesta corta, el mito de la prosperidad mesiánica.

Ajuste basta como única narrativa del buen progresista argentino. Ya sea por gusto de ser embutido, ya sea por ignorancia o un irrefrenable espíritu dandy, ya sea por sobreactuación, al borde de lo teatral en el límite de lo circense.

Si hoy gritas contra el ajuste, tenes un pañuelo verde y ya asististe a los documentales de Hugo Chávez de Telesur, podes estar tranquilo: le estas haciendo un bien a lo nacional y a lo popular. Nunca fue tan accesible participar del desarrollo de un país imaginario.


Macri y Ginóbili, Maradona y Perón


El anuncio del retiro de actividad de Ginóbili es una parábola de la Argentina que nos creemos ser: un dotado, un talentoso, un esforzado e inteligente deportista sacude su actividad dentro y fuera del país, ante el respeto y la admiración unánime.

Es la idea del retiro perfecto. Reúne coraje, visión, realismo, sentido de la oportunidad, respeto por el éxito. No verlo en una cancha puede ser una lección, más allá de lo deportivo y pese al propio Ginóbili.

En este país nadie sabe retirarse en sus mejores condiciones, dos segundos más tarde de la plenitud. Incluso más: nadie se arrepiente de lo que ha hecho o hace. Es la soberbia afín a los conservadores. Y refuerza la estúpida idea anclada en el gen argento: no sólo somos los mejores, sino que además lo somos antes que cualquier otro. Y si no estás de acuerdo con esta idiosincrasia, andate a la concha de tu madre, gorila.

Ginóbili, el unánime, es una luz que descubre a soberbios enquistados en los rincones menos frecuentados. Pone en evidencia nuestra mediocridad. 


Allí están los conservadores, los modernos del siglo pasado, los proveedores de la agenda pública. Algunos están de camino a la justicia. No está mal. Y quizá la celebración de estos procesos judiciales esté no en la condena sino en la normalización de un sistema corrupto, podrido, precapitalista casi del medioevo.

Empresarios que se engalanan como el activo del país a fuerza de extorsión. Producir riqueza para engrandecer la pobreza. Y siempre con la plata del Estado. Así, cualquiera es empresario. Y de hecho, en este país, cualquier extrovertido o boludo con iniciativa se considera como tal.

Macri surge a mitad de camino, vacilante, entre Ginóbili y Maradona. Es lo nuevo de lo viejo. Eso explica su titubeo en la incidencia de la realidad. Quiere una cosa pero hace otra. E intenta flotar en medio de la batalla caníbal de la Argentina enferma de urgencia.

Nunca se reclamó que fuera un estadista. Su hoja de vida es lo suficiente explícita para comprobar que su rol como presidente sería el de un capitán de navío que llega a la meta, pese a todo. Es probable que el presidente haya entendido hace rato que ocupar el puesto de número uno no es semejante al de una empresa. Posiblemente sea su mayor frustración.

Voté a Macri con esperanza, con la que se permite cualquier argentino medianamente atento a la historia. No acabó con la mía. Pero sí con la de millones de compatriotas. Creyeron que salíamos de la magia para entrar a otro círculo más simpático, menos alevoso.

La realidad es brusca y violenta, nos acompaña hace décadas. Más o menos explícita siempre nos espera. Casi como la verdad. Y es allí cuando caemos en cuenta. Caemos un poco más, si debo decir lo que pienso sobre la decadencia argentina.

Tenemos legislados más derechos que habitantes. Por ley, somos Suiza. Pero la dinámica de los derechos, en la realidad, es horrorosa, como en Africa. Y sé de lo que hablo.

Tenemos los mejores en fútbol pero en la cancha nos quedamos boquiabiertos cuando enfrentamos a cualquier equipo, vamos de la zozobra a la sorpresa, ciegos y mudos. Así quedamos hasta también hacernos sordos.

Tenemos el mejor equipo de las últimas décadas al frente del país y tenemos una inflación bananera, una millonada de carentes y la atención está puesta sobre la fluctuación de la moneda de Estados Unidos.

Tenemos una oposición que opina sin sonrojarse luego de más de una década de poder. Opina como si hubiesen dejado una Suecia y no una farsa al estilo de Venezuela. Opinan con carácter radical islámico.

Tenemos poco y cada vez menos y vivimos como si tuviéramos todo y cada vez más.

En verdad el pensamiento mágico hace estragos: creemos que Dios es argentino, baila en lo de Tinelli y fue, es y será peronista.

El fanatismo es un signo de retroceso 
en la conciencia colectiva. Y área de confort para el nostálgico.

Maradona es Perón y Macri a regañadientes es tironeado por la confusión insólita del que brilló en México 86 y la foto lejana de un Ginóbili triunfador.

En este péndulo de incredulidad y desesperanza están los que creen que están en algo.

Seguro que debe haber algo mejor.


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