César Aldao, personaje de San Rafael, Buenos Aires y el mundo mundial

 La muerte de César Aldao significó perder a un gran amigo de San Rafael, con profusa vida en Buenos Aires y alrededores.


César Aldao, al que siempre le dijimos Gordo, murió más flaco de lo que siempre pudimos imaginarnos.
En eso la muerte también nos sorprende: en su carácter inimaginable.
El Gordo se casó con Chichina (María Esther de la Reta). Lo hicieron en la boite Mau Mau cuando este invento de la noche porteña ardía y el morocho de la entrada era el portero de la mejor fiesta de Buenos Aires.

Mau mau

«Mau Mau» fue la boite bailable más famosa y polémica de Buenos Aires. Este boliche abrió en 1964 y antes que cerrara,  a mediados de los 90, fui allí una decena de veces, imantado por la decadencia y el mito de un emblema de la Argentina disco, baby, disco.

César Aldao posiblemente jamás tuvo un trabajo, tal como solemos llamar a esa actividad en la que damos nuestro tiempo y dones a cambio de una retribución. Había mucho que aprender de la vida, pensó, o habría «resto» entre su familia. Más esto, seguro. Pero era un tipo metódico. Todos los días (sábados inclusive) lo pasaban a buscar un par de cachafaces amigos, temprano. Vivía en Buenos Aires, donde también nació, aunque residió en San Rafael las últimas tres décadas.

Para el Gordo, temprano, era tipo 11 más bien tirando a mediodía.
A esa hora salían con el tiempo justo para llegar a la primera carrera en el Hipódromo de La Plata. A veces almorzaban ahí. O se venían para el Centro. Iban a comer al Jockey, más cerca de Palermo. O sea, del Hipódromo. No importaba si habían ganado o perdido en las apuestas anteriores. La jornada terminaba en San Isidro, en el Hipódromo, claro, o apostando a los burros a la distancia, siguiendo alguna fija o data que recibían de diversos cretinos inofensivos (no todos).

César Aldao me ha contado historias insuperables acerca de varias materias: escolazo, caza deportiva, mujeres, tango, dandys argentinos. Y también relatos sobre tramos importantes de la historia argentina (en especial lo relativo al fraile Aldao). Era un lector empedernido. Y un bebedor fino, estoico y muy gracioso. Está ese bebedor triste, gris y lleno de tango, pero no era su caso, ni por asomo.

Libros y escritores

Por suerte lo conocí, hace muchos años. Y lo frecuenté para aprender sobre libros y escritores. Intercambié varias novelas policiales con él. Las leía a todas. Y cuando nos encontrábamos me relataba los detalles que más le habían gustado. Era para mí una gran recompensa: que él me dijera que le había gustado algo, aunque sea un párrafo.

Agradezco haber mantenido varias horas con él enfrascado en naipes y conversaciones a la mar de delirantes. De sus «cuentos» hasta recreé un «cuento», que luego publiqué en un libro. Y cuando él lo leyó, hace un par de años, me dijo que estaba escrito mejor de lo que él podía contarlo. «Tengo otros más», agregó, canchero y ganador. Ya era flaco el Gordo en esa oportunidad.

Si no se murió ahogado en el mar de la Bahía de Guanabara, hace varias décadas (estuvo dos horas dando brazadas en el mar para no avanzar «ni un puto metro»), es porque debía vivir hasta el sábado pasado. Tal vez disfrutar más de su mujer, sus sobrinos, sus amigos. Y también sumar su inalterable voto por los candidatos del Partido Demócrata.

«Se fue un inimputable de la vida», me dijo su sobrina y ahijada Carolina. Así es, amigos, se fue un gordo tierno, que bien podría haber estado oyendo a Pichuco en sus últimas horas.

https://www.youtube.com/watch?v=SMsm2gxFk4Y&feature=emb_imp_woyt

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