Camilo Aldao, el escritor de libros imaginarios



Camilo Aldao se hizo mendocino por esa voluntad tan propia de las personas que asumen la libertad como un don, lo que no se educa, no se aprende. El desierto y las montañas de San Rafael lo atrapaban como en una espiral y cada vez que volvía de incursiones por Lavalle (los indios huarpes), Valle Hermoso (las águilas de la cordillera), Ñacuñán (las víboras) o la Gruta del Indio (pinturas rupestres), se sentía seguro y hermoso, más allá del borde de cualquier plenitud.

Su pasión por Mendoza lo desbordaba y lo volvía a la infancia, a los días del rafting, el esquí -antes de los gomones y el complejo Las Leñas-, y también a las conversaciones y lecturas que impulsaba Susana Bombal en los confines de “Los Alamos”, una apropiada bati-cueva para los talentos singulares.

Si él eligió a Mendoza o Mendoza a él es una disquisición que viene desde los interlocutores de Bizancio. Cierto es que sus intervenciones e instalaciones concentran esos capítulos humanos que encienden la sorpresa, la ironía, la sensibilidad, para enfrentar así la naturaleza y la vida como un hecho único y no por eso menos mágico.

Cualquiera lo sabe: Camilo Aldao no podía guardar siquiera un secreto, aunque los develaba como mago, como esas águilas que solían deslumbrarlo antes de las tormentas. Y su vida fue una lámina transparente, una escama puesta al sol, el ala sixtie o seventy de una mariposa en alboroto por la primavera.

Todo hombre tiene un sueño. El suyo era construir un laberinto, épica que acaso le fue transmitida durante sus paseos con Borges, quien solía visitar a su tía, Susana Bombal, en Buenos Aires o bien en San Rafael.

Premio literario

El único premio literario obtenido por Camilo (todo escritor argentino siempre gana al menos un premio) fue gracias a un reportaje escolar que presentó en el colegio, donde un ya consagrado Borges explicaba en qué consistía eso de escribir y leer, de viajar y aprender con la mente. La maestra de Camilo no dudó en distinguir ese relato y fue tan célebre la pieza que hasta la señora Mirtha Legrand realizó uno de esos almuerzos televisados con pequeños grandes prodigios.

Fueron invitados pequeños muy en boga, por entonces. Marcelo Marcote, Andrea del Boca y, como a Camilo no lo dejaron ir (¿almuerzos televisados?, exclamaron en su casa) asistió un compañerito suyo, al que Camilo había agregado como parte del equipo, en uno de sus típicos ataques de generosidad.
Curioso destino el de los implicados: Marcote se hizo médico, de Andrea del Boca no se sabe mucho, la señora sigue almorzando, el compañero de Camilo debe ser un prolijo jefe de marketing y el pequeño genio devino en constructor de laberintos, reales, espirituales, virtuales, amables.

Su cúspide fue terminar de plantar el Laberinto Homenaje a Borges, el mayor conglomerado ornamental y literario de Sudamérica.

La vida es eso que va pasando mientras unos nacen y otros mueren y así también con los héroes.

Fue periodista, Camilo Aldao, pero de los buenos, de los que ya ni se dedican al periodismo. O mejor, de los que abandonan el don antes del abandono, el desgaste. Alfredo Serra, su maestro en Editorial Atlántida, fue su mentor en “Gente”. Y allí Camilo se divirtió mucho, como siempre, como el ying, que tiene su yang en la otra orilla, el aburrimiento.

Así fue que realizó notas “imposibles”, como en el Monte Athos, donde se conservan reliquias del  pasado cristiano, el caso de los regalos de los reyes magos. Y luego caminó y caminó cientos de kilómetros en España para realizar una peregrinación muy particular del Camino de Santiago. Y visitó Paraguay para empezar la cobertura de su nota afirmando que “lo mejor de este país es el aire acondicionado”.

Escritura

Más seriamente realzó a ciertos personajes de las familias más tradicionales de Argentina, como Aarón Anchorena, Prilidiano Pueyrredón, y que desataron no pocas polémicas en el correo de lectores de la revista “Noticias”. Incluso sus dones de escritura lo llevaron a colaborar en un libro sobre “Mesas de Buenos Aires”. Una de las dedicatoriasque quedan para la historia es la que reza: “De un autor agotado para un libro agotado…”.

A Camilo Aldao le gustaba codearse con los grandes y allí está ahora, con Borges, con Susana, no entrometido sino implicado, con esas carcajadas tan pero tan baby face.

A la hora de epitafios uno podría ser más sensato. Pensar en poemas memorables, fragmentos únicos, alguna frase a la francesa, cierto pasaje victoriano, tal vez.

Mientras la vida es eso que va pasando entre que unos nacen y otros mueren, prefiero la escogida por Groucho Marx, muy apropiada para Kamy, y que le haría gracia.

La tumba dice: “Disculpe que ahora no pueda levantarme”.

En paz, como él quería, salió de viaje. Una vez más. Volverá. Siempre está volviendo. Seguro que volverá.

Nació el 8 de mayo de 1963, en Buenos Aires. Dicen que, en San Rafael, murió al amanecer del 10 de enero de 2004.

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