Mercosur terminal, editorial de diario El País de Montevideo
Transcribo aquí el editorial publicado hoy en uno de los medios más importantes de Uruguay. Se refiere al Mercosur y a los movimientos del kirchnerismo y del gobierno brasilero, en relación a la falta de cumplimiento de tratados y acuerdos que dominan las relaciones entre los países de la región.
En tiempos de Bicentenario, nuestras relaciones con Argentina se presentan, nuevamente, conflictivas. Esta vez se trata de trabas comerciales sobre nuestras exportaciones. En efecto, la exigencia de licencias no automáticas para importaciones que impone Buenos Aires a nuestros productos afecta a 585 artículos por un valor de 135 millones de dólares, y representa el 20% del total de nuestras exportaciones a Argentina. Además, ayudan a agravar nuestro déficit de balanza bilateral que ya ronda los 1.000 millones de dólares por año.
Queda una vez más establecido que aquí hay distintas prioridades, y que la relación argentina con Uruguay responde a una lógica del interés nacional que nunca toma en cuenta el discurso ideológico, que aquí tanto resuena, en torno a una manida "patria grande". No hubo "patria grande" en los años de conflicto por Botnia; no la hay ahora que el proteccionismo kirchnerista está por encima de consideraciones regionales-rioplatenses.
El Mercosur se terminó. No porque no sigan vigorosas las relaciones entre Argentina-Brasil: nuestro norteño vecino está exceptuado de estas nuevas exigencias porteñas. Sí, porque Buenos Aires rompe con toda la lógica de integración regional entre iguales y de apertura comercial intrazona.
Alguien podrá decir que hay avances contundentes, en particular en la mayor interrelación de la matriz energética argentino-uruguaya en torno al gas natural. Sin embargo, nada garantiza que este sea el camino más conveniente para Uruguay. Ni en la elección del gas como fuente de energía, tan atado a la evolución del precio del petróleo; ni en el acuerdo de trabajo conjunto con la empresa pública argentina para llevar adelante las inversiones binacionales.
El presidente Mujica plantea la relación con Argentina con un fatalismo que no podemos aceptar. Insiste en aquello de que no podemos cambiar de barrio, que estamos obligados a llevarnos bien, que el futuro se hace en conjunto con nuestros vecinos. En pos de esa visión ideologizada y sesentista, que quiere unirnos en un camino común latinoamericanista y fraterno, el Uruguay ha cedido posiciones a la Argentina sin obtener nada esencial a cambio todos estos años. Lo hizo con el monitoreo conjunto en el Litoral; lo hace ahora cuando promueve una comisión binacional para resolver este diferendo comercial.
Toda la apuesta presidencial de estos meses ha girado en torno al diálogo de mayor jerarquía para resolver los problemas con Argentina. Pero esta vez, los límites de su estrategia son claros: nada se obtuvo de positivo del diálogo presidencial. Y el enojo subsiguiente de Mujica con los empresarios nacionales, "llorones", habla a las claras de la frustración con la que se volvió de Buenos Aires.
Tenemos que sincerarnos de una vez por todas. No hay patria grande alguna. Hay sí, intereses nacionales que se enfrentan. No tenemos por qué morir abrazados a la bandera de un regionalismo ideologizado que confunde identidad histórica -Bicentenarios hay por todas partes en nuestra América en este 2010-2011- con entusiasmado futuro común. No hay proceso de Mercosur que valga, si no logramos un mínimo de garantías de apertura comercial y respeto de las reglas de juego acordadas.
Quien entendió esta problemática de la inserción internacional abierta al servicio del crecimiento y prosperidad nacional es Chile. Con sus decenas de acuerdos de libre comercio, su apertura al mundo y su claro concepto de interés nacional, el país trasandino fija un rumbo que no es ideología caricatural, sino sustento de desarrollo nacional. Si seguimos su ejemplo, veremos que nada nos obliga a quedar prisioneros de la prepotencia de Argentina, cuando Brasil ya no oficia más de contrapeso regional.
Eso sí: para ello tenemos que quitarnos las anteojeras ideológicas latinoamericanistas. Implica promover acuerdos sustanciales con aliados lejanos y poderosos -Estados Unidos, Canadá, Unión Europea, Nueva Zelanda-; y hacer con el Mercosur lo que más nos convenga en función de nuestros intereses, y no de los de Argentina o Brasil.
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