Reportaje con Roberto Zaldívar : un visionario

Por Mauricio Runno
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Uno de los 25 oftalmólogos más influyentes del siglo XX y presidente de la IIIC (International Intra-Ocular Implant Club), Howard Fine, dijo: “Tenemos mucha gente a la cual admiramos y sus contribuciones son apreciadas, pero no puedo pensar en nadie en nuestro campo a quien admire más que a Roberto Zaldívar. Es un hombre espectacular. Espectacular cirujano y maestro. Y es una de las personas más graciosas y agradables que he conocido”. 
Richard L. Lindstrom, en cambio, otra eminencia en el campo oftalmológico mundial (presidente de la Sociedad Americana de Cirugía Refractiva hace unos años), alertó sobre el aspecto de Zaldívar a los concurrentes de la última gala de la IIIC: “No dejen que les mienta. Es más viejo de lo que parece”, lo que desató la sonrisa de lo más granado de la oftalmología contemporánea. Luego fue más serio: “Roberto es realmente un hombre innovador y representa lo mejor de nuestro club. Es como un don que él tiene de ser uno de los cirujanos talentosos del mundo. Innovador, gran orador, escritor… Y además de ser divertido es un gran deportista”.
–Revisando los archivos más recientes sobre sus logros profesionales, y salvo alguna omisión, su único pesar es Independiente Rivadavia.
–(Ríe) Exactamente. Hasta Independiente de Avellaneda está mejor (más risas). Igual, con Independiente de aquí nos estamos preparando para el año que viene.
–¿Es de ir a la cancha?
–No, no. Hace muchos años que no voy. Mi hijo sí, él va. Pero yo ni sé cuántos años hace que no voy. No asisto por prescripción médica (ríe). Por el estrés. O sea, la realidad es que tuve un episodio cardíaco y trato de evitar cosas que me traigan estrés, como Independiente Rivadavia.
–Digamos que no es al único.
–(Risas) La verdad es que somos muchos en esa situación, sí. Es que yo nací socio de Independiente, por eso lo vivo peor. Nací en Estados Unidos y el primer regalo que recibió mi padre fue un carnet que le mandó un amigo, del club, desde acá, para celebrar. Soy socio desde mi llegada al mundo. No tuve opción.
–Al revisar sus últimos logros, y conocer en detalle su éxito internacional, el probado prestigio profesional en todo el mundo, uno se topa con un hombre que resulta ser un empresario nato.
–No sé si soy empresario. Es decir, no me gusta manejar personalmente la parte empresarial, los negocios, las negociaciones. O discutir. Pero sí soy muy emprendedor. Me encanta hacer cosas, desarrollarlas, modificar el panorama.
–Quizá sea empresario al modo americano, es decir, el rol asignado al de emprendedor.
–Sí, en ese sentido sí, ya que me considero un emprendedor nato, natural. Aquí siempre estamos buscando planes nuevos, proponiendo lo que no existe. Y una de estas líneas es desarrollar centros y servicios de atención. Pero, a diferencia de lo que suele hacerse, estamos apoyando el Instituto de Mendoza desde Buenos Aires.
–La visión más federal del desarrollo, ¿es un signo de su carácter entrepreneur?
–Creo que sí. Hemos logrado en los últimos veinte años hechos insólitos. Si en Buenos Aires se midiera en una encuesta términos como “Zaldívar Mendoza”, o “Mendoza ojos”, creo que resultaría que hay un nivel de información muy grande sobre nuestro desarrollo aquí. De modo que hemos logrado concretar una de nuestras ideas más antiguas: si Mendoza era el equivalente de vinos, queríamos lo mismo respecto a la oftalmología.
–¿Cuál ha sido la evolución en estas dos décadas?
–Hemos mejorado notablemente. En la época de mi padre, el instituto era un centro de referencia muy importante dentro de Cuyo, aun cuando llegaban pacientes de otros sitios. Ahora, en cambio, entre el 90% y el 97% de los pacientes viene de afuera. Y tenemos un porcentaje muy alto de Buenos Aires y del extranjero. Al mismo tiempo, cada dos o tres meses asisto a nuestro instituto en Asunción del Paraguay. Ahí tenemos una clínica que ya funciona por sí misma. Es sorprendente la cantidad de pacientes argentinos que viven cerca y asisten a esa clínica.
–Otra muestra del país escasamente federal que tenemos.
–Muchas veces la gente se va a operar a Paraguay por la dificultad de venir a Mendoza o Buenos Aires. Y otro problema que tenemos gracias al país poco federal es con la gente que vive en el sur, en Patagonia. Más aún: tenemos mucha gente de Neuquén, que se opera aquí, pero que se hace los controles en Buenos Aires. Y este diagrama tan centralizado es una de las fallas por la cual los resultados de este país están a la vista.
–En EEUU esta centralización sería absurda.
–Justamente la idea de desarrollar el Instituto en Mendoza la tomé de allá. Es absurdo pensar que todo va a estar en Nueva York o en Los Angeles. Por el contrario, casi toda la industria oftalmológica ni siquiera está en San Francisco; está en California, Santa Bárbara. Si uno piensa que Microsoft está en la otra punta, Seattle, entiende que el desarrollo puede darse hasta en el lugar más inhóspito. Y es la base de una idea muy interesante: que toda la gente tenga oportunidades en casi todos lados y que no necesite emigrar, como sí sucede en Argentina y Buenos Aires. En Estados Unidos existen 30, o 40 centros de desarrollo.
–Su pasión por la tecnología es inagotable. Este instituto cuenta desde hace años con un sistema de agua esterilizada en sus instalaciones. ¿Cómo mantiene ese espíritu que no sólo es inversión de dinero, sino de tiempo?
–Lo que dice es tal cual. Y ya tengo en la cabeza un instituto nuevo. En estos momentos estoy pensando en si hacerlo o no. Si lo concreto creo que será una revolución, no sólo en oftalmología, sino para la medicina en general. Es que tengo varias ideas para aplicar que pueden cambiar la idea de cómo se atiende. Me he pasado los últimos diez años reuniendo información y estudiando el tema. Ahora estoy encarando la factibilidad de varios elementos. Es muy probable que lo podamos hacer. Y la idea es desarrollarlo desde Mendoza. No puedo anticipar nada al respecto ya que la discreción alienta el factor sorpresa.
–Experiencia en sorpresas, de las buenas, ya acredita…
–Tuvimos la suerte al hacer este instituto, y que fuera muy revolucionario. Muy poca gente tomó la dimensión de lo que encaramos. Mire, aquí durante el primer año desde la inauguración vinieron 302 médicos, sólo norteamericanos. Prácticamente uno por día para ver nuestras ideas de funcionalidad. Eso sin contar los que llegaron de Europa o Japón. Tuvimos médicos japoneses viviendo dos y hasta tres meses. Claro que desde 1993 hasta hoy mis ideas han cambiado veinte veces. Desde 1995 hasta 2002 tuvimos siete generaciones de americanos haciendo la especialidad en Mendoza. No pasantías, sino la especialidad entera.
–La pregunta del millón: con estos indicadores, estadísticas y la promoción del conocimiento, ¿por qué no se estimulan estas fortalezas desde la función pública?
–La realidad es que nosotros nos hemos mantenido un poco aislados. Creo que esta provincia ha tenido y tiene oportunidades de crecer mucho más agresivamente de lo que lo hace. Tiene algo increíble: una industria privada que es bastante envidiable para el resto del país, sacando a Buenos Aires. Es una industria muy especial. El modelo argentino se concentra en Buenos Aires y no en el resto de las provincias. Mendoza es bastante diferente. Y su industria privada tiene mucho empuje. Y la vitivinícola es un gran ejemplo.
–¿Por qué?
–Cuando yo empecé con este instituto ni siquiera esa industria era demasiado importante. Nuestros vinos prácticamente no se conocían en ningún lado del mundo. He viajado a bastantes lugares y ni sabían lo que era Argentina. Por eso vi toda la transformación. Y creo que algo debo haber ayudado pues traje muchísima gente seducida por el vino. En paralelo, la industria comenzó a profesionalizarse. Cambió de modo espectacular. Me pasa de estar en el exterior, ir a cenar a algún lugar, o estar en un país medio raro, y que me digan: “Usted es de Mendoza, Argentina, entonces tiene que elegir el vino”. La penetración ha sido formidable. Pienso en China, Estocolmo. Es normal que el maître de un restaurante sugiera un Malbec de Mendoza. En el restaurante del Four Season de Beijing ya me pasó. Y hace un par de años, en Montreal, tomé un taxi apenas llegado al aeropuerto, camino al hotel. Y el taxista me dijo: “Mi vino favorito es el Catena Zapata” (sonríe). Son historias que cuando empecé a viajar no se daban ni de cerca. Por eso estoy convencido de que la provincia podría crecer con otra velocidad.
–Deduzco que deberíamos apostar por empresas innovadoras, arriesgadas, creativas.
–Yo creo que sí. Deberíamos potenciar esto que tenemos, que es realmente una excepción. Producir vino, y de calidad,significa apostar por más tecnología y sacrificio, para hacerlos realmente competitivos. El potencial está. Es más, creía que en algún momento Mendoza iba a transformarse en un polo de desarrollo con gente del resto del país, capacitada. Me refiero a sectores de la clase media de Buenos Aires, Rosario, Córdoba, incluso del sur. Deberían haberse creado las situaciones. Aún así hay gente en esa situación pero no de la importancia como yo alguna vez pensaba, que era de la magnitud de fenómenos de migración interna. Es un poco la política de los países centrales: incentivar la llegada de gente capacitada desde otros lugares. Genera los cambios mucho más rápido.
–Curiosamente la migración interna no se produjo. En cambio vivimos una consecuencia de la globalización: la llegada de extranjeros incorporados a la cadena productiva.
–Eso sí que es una novedad para Mendoza. Hace muy poco vino la cónsul de Estados Unidos y le pregunté para qué había llegado. Me dijo, entre otras cosas, porque había 500 norteamericanos radicados en Mendoza. Es un número importante. Y la realidad es que en nuestro aeropuerto me llama la atención la cantidad de extranjeros que por una u otra razón están en Mendoza. Muchos han decidido jubilarse y vivir acá. Estoy seguro de que si las condiciones fueran mejores, Mendoza podría tener miles de personas en esa situación: al buen clima le sumamos el buen vino. Falla la seguridad, obviamente.
–¿Seremos capaces de aprovechar estos escenarios?
–Tuvimos un turismo extraordinario hace 5, 6 años. Y medio que lo echamos por estas cuestiones de inseguridad. Y es muy problemático, ya que el turismo se compone de gente muy miedosa. Ese turismo era de un nivel muy importante, que dejaba enormes ganancias a la industria aquí. Ojalá aprendamos, ya que hay cuidar muchísimo estos flujos. Genera trabajo, ofrece oportunidades en educación, obliga a aprender idiomas. Es positivo en todos los aspectos. La industria del vino creció, así como el turismo, pero no creo que ahora sea el mismo nivel de desarrollo, en paralelo. Por la inseguridad debemos pensar que no sólo perdemos una fuente importante de ingresos sino, además, de cultura. La realidad es que hay que aprovechar las oportunidades.
–Usted sabe que si viviera en Estados Unidos hoy, a esta altura, sería un hombre de consulta en lo público y lo privado. ¿Cómo vive este desaprovechamiento de su experiencia en Mendoza y Argentina? 
–Es medio difícil saberlo. La verdad es que si hay algo que yo supiera y pudiera ayudar sería grato realizarlo. Y lo haría sin ningún interés. Pero no ha sido usual que me llamen, salvo alguna cena con alguien. No ha ocurrido en ningún gobierno. Sería interesante que los gobiernos pudieran tomar ideas de mucha gente con experiencia. Muchas las obtendrían gratis. Yo he ido más de 100 veces a Estados Unidos y otras tantas al resto del mundo. Sé del funcionamiento de servicios en otros lugares, que sería valioso al menos considerar para su aplicación aquí. Si es por ayudar creo que podría hacerlo sin problemas. En temas específicos y que conozca. Tampoco me gusta hablar de lo que no conozco.
–¿No es una provocación tanta oportunidad perdida?
–(Ríe) Bueno, yo creo que también me he ido acostumbrando. Cuando empecé a construir este instituto, en la primera época de Menem, pensé una cosa muy distinta para la Argentina que tenemos ahora. Parece que fueran como ciclos: mejoramos, empeoramos. Me hubiera gustado una línea de gobierno semejante a la que tuvo Chile. Han estado 25 años haciendo las cosas bien y es un país que no tiene ni un décimo de lo que tiene Brasil, y han crecido en forma sostenida. Chile no es Alemania, pero para América Latina sí es como Alemania. Si Argentina hubiera crecido como ellos creo que estaríamos más cerca del Primer Mundo. En Chile no se notaban los cambios entre los gobiernos del mismo signo y ahora creo que no se notarán ni entre la derecha y la izquierda. Creo que tendría que ser más influyente aún para nosotros. He notado allá la profesionalización en las estructuras de mando, que nos vendría muy bien asimilar.

Aportes para villas de emergencia


“Alguna vez quiero ayudar a solucionar el problema de las villas miseria. Tengo una idea completamente distinta de lo que se hace. Siempre pensé que estos lugares jamás se arreglan como lo hacen. Y básicamente sucede porque la gente no tiene capacidad de autosustentarse. La solución pasa por crear núcleos autosustentables. Debemos convertirlos de los lugares más feos en los más turísticos de Mendoza. Hasta que no cambiemos no los arreglaremos. Hay que construirlos estéticamente agradables. Y allí deben vivir los hilanderos, los artesanos, los que tengan un oficio, y organizarlos de tal modo que los que habiten puedan vivir del lugar. Y que se conviertan en polos turísticos. Hay que pasar de que sean del lugar más escondido al que todos queramos ir. De ese modo se evita la problemática misma de la villa miseria, y luego que la gente se autosustenta así se eliminan los robos. No es una idea exacta pero por ahí va. Lo vi en Túnez, donde hay barrios hechos casi de barro, pero tan pintorescos y tan lindos que todo el mundo entra allí. Creo que en estos casos las cosas se solucionan al revés: la debilidad hay que convertirla en fortaleza. Y en las villas miseria hay que cambiar todo. No se arregla haciendo las cosas un poquito mejor. Hay que hacer una revolución estética. Es el camino para abrir y no para cerrar, para integrar y no para aislar”.

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