Canto al pionner en el día de la Vendimia, por Alfredo Bufano



Hoy que mi tierra danza coronada de pámpanos
Y que la vid proclama su opulencia triunfal,
Hoy que todos los hierros de pujanza y labranza
A los cielos elevan su gran himno de paz;
Con voz de tierra y agua y de surcos abiertos
Diré mi canto fraternal
En el que corre la sangre Huarpe
Y castellana a la par,
Y más que india y española,
Cálida sangre universal
Porque a todos los hijos de la tierra
Mi voz de tierra y agua gozosa ha de cantar
Que esta Mendoza nuestra, prolífica y magnífica
Le dé a mi voz el hálito de su proceridad;
Que canten por mi boca los ríos y las cumbres,
Y el algarrobo pampa, el maitén y el chañar,
Y el pájaro y la hierba, y el insecto y la piedra,
Y la vid y la rosa, la estrella y el lagar.
Hoy que mi tierra danza coronada de pámpanos
Quiero decir mi canto fraternal
Para todos los hombres que han venido de lejos
A través de los verdes caminos de la mar.


¡Salud a ti, fuerte hijo de la loba romana,
Hijo del heroísmo y de la santidad,
El que a su espada, dueña de milenaria gloria,
Trueca en armas benditas de trabajo y de paz!
¡Salud a ti, el de la estirpe de César
Y de Virgilio, el que pone el mismo afán
Al labrar tierra propia y al labrar tierra ajena
O al esparcir semillas que otros cosecharán!
¡Salud a ti que derramas el resplandor de Roma
Por los caminos del mundo con manos de eternidad!
¡Salud, nietos sin mengua de Francisco Pizarro
Y de Ruy Díaz de Vivar;
Hijodalgos de Avila de los Caballeros,
Señeros hachadores de Ontoria del Pinar,
Labriegos de las rudas mesetas castellanas,
Pescadores galaicos de las rías y el mar,
Hortelanos de Murcia, vascos roblizos, fuertes
Extrémelos; ¡larga gloria tengáis
Todos vosotros, hijos de las viejas Españas,
Hombres de eterna y recia y heroica mocedad
En cuyas venas corre la misma sangre nuestra
Y cuyas bocas se abren con nuestro mismo hablar!


Salud a ti hombre de los ojos azules,
El del imperio vasto como el mar,
A ti que curtes tus brazos de hierro
Bajo el sol tumultuoso de esta tierra feraz.
Hombre rubio de la isla de Kipling
Que llenaste de sierpes de acero nuestra vasta heredad,
Y que hendiste los aires con fragores de ruedas
Y de émbolos y dinamos en hondo trepidar
Y que llevaste el himno ronco de las locomotoras
Por toda nuestra ubérrima,
Fecunda y proteiforme inmensidad.


Salud, hijos del Volga y de Siberia
Y de todoas las tierras que ayer fueron del zar;
Salud, más no al que viene
Haciendo tremolar
Banderas empapadas de sangre, fuego y muerte,
Sino al que viene a amar y a trabajar
Y al que llega con sed de justicia
O fatigado en busca de un regazo cordial;
Porque esta tierra nuestra, grande, sagrada y bella
También la damos para descansar.


Salud, hombres morenos que escuchasteis
A los cedros del Líbano sonar,
Y que hoy en nuestros vientos creéis oír las voces
De la patria que acaso ya no veréis jamás.
Hombres de los desiertos remotos
A quienes en las pampas hoy vemos galopar
Luciendo nuestro escudo en el pañuelo gaucho
O en la rastra de plata o el mango del puñal.
¡Hombres de ojos negros y lejanos;
Hermanos árabes que lloráis
Cuando en las noches nuestras, agobiadas de estrellas.
Oís una guitarra gemir y sollozar!


Salud, hijos de las Galias gloriosas
Que sabéis abrir surcos y leer a Ronsard.
Hijos de aquella tierra que oyó la voz de Hugo
Y que derrama prodiga su vasta claridad.
¡Salud, hijos del Arco del Triunfo, hijos magníficos
De la sabiduría y la libertad!
Y también a vosotros hombres de los ojos oblicuos
Raza poderosa y tenaz
De las islas donde florecen los almendros
Y los crisantemos; hombres que trabajáis
Junto a nosotros con el mismo alor
Que allá en tierras niponas, vuestra antigua heredad,
Mientras las dulces garzas decoraban las aguas
Y las gheisas cantaban su amor crepuscular.
Y también a vosotros, hombre de la grande Alemania
Y de las llanuras del Canadá,
Y de la tierra de los rascacielos
Que dio a Whitman y a Poe a la inmortalidad
Y también a vosotros, hijos de Israel
Hermanos en la eternidad
Y a quienes uno a todos los otros en mi canto
En un abrazo férvido de alegría y de paz.


Hombres de todos los países del mundo,
Hombres de todas las distancias del mar,
El de los hielos y el de los trópicos,
El oriental y el occidental,
Yo que no tengo nada cual las aves del cielo,
Estas cosas os digo en mí cantar:
Gracias por lo que habéis dejado en nuestra tierra,
Por juntar vuestro afán a nuestro afán,
Por unir vuestros brazos a los nuestros
Y hacer lo que hemos hecho: fuerte patria inmortal
Abierta para todas las criaturas del mundo,
Muda para pedir, inmensa para dar,
Tierra en donde los hombres
Todavía sabemos rezar y trabajar.


Y hoy que danza gozosa coronada de pámpanos
Y que la vid proclama su opulencia triunfal
Canto a todos los hombres que han venido de lejos
Por los caminos múltiples de la tierra y del mar,
Y en nombre de este suelo les digo estas palabras
Que a través de los siglos oiremos resonar:
“¡Gloria a Dios en las alturas
Paz aquí a los hombres de buena voluntad!”

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