La importancia de llamarse Ricardo Mur y Washington Cucurto
Hay dos noticias de los últimos días francamente decepcionantes. Y en varios sentidos. Debería ser un lector más atento, o al menos un lector constante de la prensa. De ese modo ocuparía el tiempo para escribir sobre aspectos más “positivos”. Pero tampoco me entero o leo sobre estos temas, un poco por esa escasa disposición a leer diarios y afines, y otro tanto porque creo que muy pocos escriben sobre estos temas. Al menos escribir, decir o manifestar, lo que significan algunas de estas “noticias” en este desierto regado. Ambas novedades ocupan ese difuso panorama de los medios de comunicación y la cultura. O la no necesaria relación existente entre los medios y los temas culturales.
La primera de ellas ha concitado la atención pública de modo descomunal. El caso “Mur”, bien podría definirse, sin exagero. Ni más ni menos que un simple cambio de trabajo de un más que simple hombre de la televisión. Ni siquiera estamos frente a un pase laboral de un canal nacional a otro, o de uno nacional a otro internacional. Por el contrario, las características de esta noticia son de estricta índole regional, de provincia.
La chismografía, los secretos de alcoba y el puntilleo de la vida privada ya no debería asombrar a nadie. A esta altura asistimos a espectáculos tan impúdicos como ordinarios, tan débiles como vergonzantes. Vidas opacas trastocadas por opinadores de estudio, comentaristas de la vulgaridad y razas semejantes, ofrendan a diario lo mejor de lo peor. Muchos de ellos son exitosos hasta 27 minutos. Luego viene la pausa comercial.
Lo que sí es cierto que en Mendoza no se conocía acerca de estas costumbres. Hasta el caso “Mur”. No conozco personalmente a Mur, jamás he tenido relación con él, por lo que mis opiniones son las de un televidente. Mejor dicho, las de un sufrido televidente, nervioso hasta el paroxismo por ese ritmo tan bucólico, tan poco metropolitano, cansino y chúcaro, si se me permite. Dejé de verlo creo que en el siglo XX, cuando empecé a desayunar leyendo a Lucio V. Mansilla, mezclado con poesía gauchesca y otros payadores de mejor calibre (Gabino Ezeiza, algunos uruguayos, como Bartolomé Hidalgo). Mur siempre ha sido para mí como levantarse oyendo una tonada. Así de excitante, no exagero.
No tardé demasiado tiempo en saber que Mur era un más que prolijo y aterrador hombre común. Bastó con oír el limitado repertorio de su léxico, bastó con oírlo cinco minutos en donde no manifestaba idea alguna, bastó, ciertamente, con ver su presentación de temas internacionales o musicales. Hay gente a la que no me imagino leyendo y hay gente a la que imagino viviendo en casa sin libros. Mur quedó confinado a esos dos casilleros. Respecto a sus labores profesionales, como periodista, no conozco demasiado. Pero no es una inmensidad afirmar que desde Santos Humberto Giunta, y de esto hace décadas, nada muy sustancial sucede en la televisión mendocina. Por lo tanto, si cabe la metáfora, Mur vendría siendo como el rey de la nada, o, mejor, un abuelo de la nada.
La segunda noticia es la referida a la visita estelar de un escritor nacido en Quilmes, según el DNI Santiago Vega, según el circo (o la bailanta), Washington Cucurto. Es el paradigma, o eso dirá la historia, de
Cucurto, a quien como Mur, no conozco y poco he leído, agotado en esa faena de lector, viene precedido por laureles (que él desprecia, según sus reportajes), por manijas varias (que él no desprecia, según sus reportajes) y por editar y escribir un tipo de literatura que define como “realismo atolondrado”.
Cucurto ha editado una antología de poetas mendocinos, gesto técnico que le ha significado el silencio y la distracción de varios díscolos que, tal como en la política, critican cuando no están en el poder. Una vez encaramados hasta el humor pierden, lo que no sería demasiado grave, si fuese sólo la pérdida del humor. Una vez más, las luces del centro han encandilado a natos creadores, agudos y sensibles paladares. No es fácil ni poco tormentoso intentar una literatura en la región (y basta citar a Raúl Silanes, Fernando Lorenzo, el propio Tejada Gómez, Julio Quintanilla o el ignoro Jorge Enrique Ramponi). Sin difusión de las obras, sin lectores ni mayores referentes más rigurosos, con publicaciones esporádicas y peor aún, con el ninguneo oficial, nadie confiesa ser escritor o narrador en estos arenales. Pero, una cosa es tomar los espejitos de colores de los conquistadores, y otra distinta es que a poco andar te coman el corazón en un paso antropófago inevitable.
Cucurto no tiene la culpa, desde luego. Y hasta quizá sea genial pasar por
Pensaba referirme a lo que Gilles Lipovetsky, en “El imperio de lo efimero”, llama las leyes de la expansión de las necesidades, esto es, la obsolescencia, la seducción y la diversificación, pero, verdad, no quisiera quitarle el factor sangre a este panfleto. Raro hablar de dos personas que no se conocen, o se conocen por lo público, y encima ponerlos a la cabeza de movimientos brutales, entre la ceguera y la sordidez, entre la nada y el poquito menos que la nada. Seguramente explicar estas posiciones sea más traumático que escribir un cuento malo o una novela regular. Pero el silencio del avispero está encantador. Entonces nada de Lipovetsky ni logos.
En 1953, Antonio Di Benedetto publicó su primer libro, el de cuentos, “Mundo animal”
En 1956, Jorge Luis Borges recibió su primer Honoris Causa, otorgado por
Más de medio siglo después vivimos estos momentos históricos como si no existiesen.
Está claro que ni Mur ni Cucurto ayudan ni tan siquiera a refrescar ese friso, menos que menos a pensarlo o imaginarlo.
Y en eso andamos por acá en el 2009.
Comentarios
Sábes que no se qué pasa con ese señor MUR? te juro, y sobre CUCURTO, tuve oportunidad de conocerlo en 2006 , por la Muni, y.... y... es "eso".
Pero ¿qué tienen las vidas de los demás que atraen tanto?. En este caso, creo que lo llano, lo liviano, lo elemental...Por lo tanto, sin que puedan darse cuenta en uno y otro caso, lo único que puede salvarnos de este proceso de destrucción neuronal, es la creación , la escritura, la lectura, la curiosa curiosidad .
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